Las malas, muy malas noticias

Cuando regresé a China lo primero que hice fue ir a recoger a Venus. En Navidad todo el mundo estaba viajando y el que no estaba viajando no quería cuidar de un conejo; porque eran tres semanas, y a quien no le gustan los animales es un favor-suplicio lo que les pides.
Al final, había llegado a un acuerdo económico con la asistenta de la clase de arte en el colegio. De todos modos, ella tenía que ir a trabajar, así que, Venus se podía quedar suelta en clase, y ella sólo tenía que darle de comer y limpiar la jaula.
E tradujo mis instrucciones de cómo cuidarla al chino: lo que había que hacer y lo que no había que hacer. Del mismo modo, se lo expliqué en persona, con una traductora.  También, puse una etiqueta en chino en la caja del heno y otra en la del pienso. Era tan sencillo. Pero, por si acaso pasaba algo, le dejé el número de teléfono de dos amigos a los que poder contactar. Y por si no se le ocurría llamar, hice que el Sr. X la telefoneara una vez a la semana para preguntarle cómo iba todo.
Bien, pues cuando llegué a China casi me da un patatús. Me encontré a Venus encerrada y estaba tristona y floja. Luego me enteré de que le había atacado tres veces a la asistenta, y le tenía más miedo que al Diablo. Le había atacado porque la estaba matando. Hizo todo, todo lo contrario de lo que tenía que haber hecho. Dejó la caja de heno abierta, el heno se secó y Venus no quería comérselo. La dieta básica del conejo es heno, si no comen heno la palman. Como no comía heno la atiborró a pienso (aunque le había dicho que era muy peligroso y había preparado una cantidad muy pequeña en la bolsa y un medidor). Por cuenta propia y sin preguntar a nadie, se le ocurrió comprar un saco extra de pienso. Le pedí que le comprara verduras – en China son muy baratas, le dije que se les iba a pagar, le había pagado ya una pasta- pero no lo hizo.  Cuando el Sr.X la llamaba, le decía que todo iba bien, sin problema. Aunque había un problema y muy gordo: Venus no comía heno en tres semanas, le estaba dando cantidades de pienso extra que se lo había prohibido,  casi no bebía y casi no cagaba.
Cuando llegué estaba con todo el jet lag y la vuelta a trabajar. Yo la veía pachucha y no sabía bien lo que le pasaba. Dejó de beber, de comer y de cagar del todo. La llevé al veterinario, tenía la barriga hinchada con las heces pegadas a los intestinos y generando gases tóxicos. Aunque se pasó tres días a laxante y jeringas con zumos, no consiguió vaciar los intestinos y se murió.
Todavía no me lo puedo creer, ¡¡es que no me lo puedo creer!! ¡Estoy furiosa! Cuando veo a la asistenta me dan ganas de empujarla y tirarla por las escaleras, ¿cómo se puede ser así? ¿Qué mierda de manera de pensar es esta?
La tenía que haber llevado al hotel de conejos, al final, entre la calamidad de cuidadora y el veterinario me gasté lo mismo, pero con nefasto resultado. Los hoteles para conejos son muy caros, y al final, me voy varias veces al año de Shanghái, no me lo puedo permitir. Además, es sólo una jaula que limpian cada día y le dan de comer; si además, quieres que le pasen la mano por el lomo y le hagan un poco de caso, vale el doble: una auténtica fortuna.
No sabía qué hacer con el cuerpo. Lo metí en una caja de vino, no cerraba. Por la noche bajé al jardín y lo escondí en un seto tupido. Dos semanas después me atreví a volver al seto. Ya no existía el seto. Probablemente, empezó a oler y lo cortaron para ver qué había.

Cuando llego a casa ya no está Venus. Ya no se mete entre mis pies mientras friego los platos. Ya no ve más películas conmigo. Sin Venus es todo mucho peor.