Friday, February 28, 2014

Corea: La isla Jeju XII: El mercado de Dongmun

El autobús de vuelta a Jeju pasó por una calle llena de tiendas de hanbok, así que bajé a echar un ojo. Me cuesta entender los hanboks – aparte de porque tienen muchas capas, la combinación de colores imposible y que si no  eres coreana debes parecer una mesa camilla- porque no entiendo cómo se pueden mezclar en una misma prenda tejidos buenos y tejidos de carnaval (a mí, el poliéster de colorines me parece tela de disfraces), y el por qué de ese trabajazo de costura con un poliéster. Pues eso, que no es que no me gusten, es que, no lo entiendo en absoluto.
Una vez me compré una falda muy larga, pero muy larga –no sé por qué hice algo así- y me la puse para ir al cole. Entonces, un alumno coreano me dijo: “Me recuerdas a mi abuela. Cuando voy a Corea, me espera en la puerta de casa con algo parecido a lo que tú llevas”. Una sola vez me la he puesto.
El hanbok puede ser un vestido de novia, o simplemente, un traje ceremonial que se ponen cuando quieren hacer el coreano. Los que vi tenían los cuellos impecablemente cosidos.
Resultó ser que estaba en el mercado de Dongmun, un sitio al que quería haber ido pero que estaba lejos y había ido dejando para el final. Fue una suerte bajarme del autobús, porque es un mercado muy chulo.
En el mercado se habían puesto ventanas -para cerrar las tiendas- y calefacción, porque hacía mucho frío. La mayoría de las dependientas estaban sentadas en el suelo, tapadas con un edredón, viendo la telenovela coreana o cosiendo hanboks. Mi impresión es que había hanboks para parar un tren en una isla de tan pocos habitantes.
Me compré estas dos telas rígidas. Las utilizan como complemento del atuendo, de la misma manera que los sacerdotes, como una bufandita. Espero hacer otra cosa con ellas.
Y estos calcetines-bota tan graciosos. Son los calcetines con los que llevar las sandalias con plataforma con las que se ponen el hanbok.
Después de las telas, en la zona de los cacharros de la cocina, me compré este cuchillo coreano y la bella superpiedra de afilar cuchillos japonesa.
Cuando llegué al hostal, estaba tan entusiasmada con mis compras que se lo enseñé a una china que acababa de llegar y con la que compartía dormitorio. (Karen ya se había ido). No la conocía de nada, y fue, más o menos decirle: “Hola. ¡Mira que pedazo cuchillo me acabo de comprar! (Para asesinarte esta noche, por supuesto)”. Y a la china se le abrieron mucho los ojos con expresión de terror, y me di cuenta de que había metido la pata.
El resto del mercado, era un mercado de abastos impoluto. En general, me pareció que la fruta es cara, bastante cara, y el pescado es barato –o muy razonable- y con un aspecto excelente.
 La famosas naranjas de Jeju: los hallabongs.

¡Qué pepinos de mar tan grandes!
Estos panes duros y enmohecidos los vendían por todas partes, qué cosi-cosa.
 
El ginseng rojo coreano, cómo no. Hubo un tiempo que estaba enganchada, pero ya no lo disfruto, es que, me pone cardíaca.
 Y, lo rojo. Mucho rojo.