Yo iba al suroeste, a la meseta tibetana, al trozo de la indefinida Shangrila que me dejé de ver. Hay un aeropuerto en Daocheng. Tenía un vuelo comprado, pero se canceló por falta de pasajeros. Una faena, oigan. Pero, en el fondo me regocijaba en la idea de haber encontrado un destino turístico en China en el que no hubiera gente. Un sueño dorado.
Así que, me monté en un bus mierdoso con destino a Kangding, ocho horitas, con el retraso nueve. Hay algo menos de 400 km, pero como es cuesta arriba, por carreteras de montaña, se tarda mucho en llegar a los sitios. Aquí adjunto un mapa que es oro. Los tiempos están idealizados, hay que sumar una hora más.
Fue un viaje horroroso, tal y como esperaba; sin sorpresas. El niño del asiento de atrás vomitó, buah. No sé qué fue peor si el olor a vómito o las canciones románticas chinas a todo volumen sin pausa durante nueve horas. Una auténtica tortura china. El paisaje Chengdu-Kangding no es especialmente bonito, salvo la zona de Xinduqiao, de la que apenas sabía nada, y estuve a punto de bajarme del bus y pasar allí una noche. Cuando llegué a Kangding me arrepentí de no haberlo hecho.
En Kanding me alojaba en el hostal que hablaban inglés. Y en el que resultó que hablaban más bien poco inglés. Y además, iba a ser el último hostal/punto de información en el que alguien iba a hablar algo de inglés. Le pregunto al tipo qué se puede hacer en el área. Y típica respuesta de chino de campo que sueña con irse a vivir a la capital: “Aquí no hay nada bonito”. Insisto. Y me saca unas fotos de unas montañas increíbles. Dice: “Está la montaña Gongga, pero sólo es una montaña”.
Ofrecían
una excursión, un tipo en una furgoneta te lleva allí, unas cinco horas de viaje, te da
una vuelta, te quedas a dormir, al día siguiente te da otra vuelta, y te deja
otra vez en Kangding. Qué emoción, por Dios, ¡me apunto! Pues no era posible.
Sólo había otra persona que quería ir, y hacían falta al menos cinco para que
le saliera a cuenta el viaje. Además, había estado lloviendo todo el día.
Decían que al día siguiente la carretera de la montaña iba a estar helada y no
se iba a poder subir. Me dijo que podía esperar dos días a ver si juntaban cinco
personas y se iba el hielo. Sonaba a típico cuento chino en el que finalmente
pasas un mes en el hostal para conseguir ver algo.
No, yo me iba a mi destino: el suroeste. Pregunto cómo. Dice
que hay un autobús que sale a las cinco de la mañana y llega a las cinco de la
tarde a Daocheng. Pero que ni sueñe conseguir un billete si no lo he comprado
hace días.
La estufa
Me levanto a las cuatro. La gente se agolpa en la puerta de la estación.
Cuando abren, es como la presa de un pantano. Afilo mis codos. Corro a la taquilla.
Llego la primera. No hay billetes. Eso es todo.
Vaya folletín. No parece que haya nada que hacer en
Kangding. Una señora me mira y me dice: “¿No
irás a Litang por casualidad?". Bueno, en realidad, me dice: “Litang! Litang!”. Litang está a medio camino
entre en Kangding y Daocheng. Le compro su billete y consigo salir de allí.
Este era el viaje del que yo estaba esperando crónica, jeje.
ReplyDeleteLa verdad es que te admiro. Yo si no hablara chino no me atrevería a ir a sitios perdidos de la mano de dios. Mira y aun hablándolo tampoco he ido al salvaje oeste, jaja.
Al final la gente siempre dice lo mismo.
DeleteAunque a menudo me encuentro en situaciones de esas que hace falta entenderse. Entonces, es cuando te llamo : )