Los
otros pabellones estaban dedicados casi exclusivamente al universo chino, a los
cánones de belleza de los utensilios para tomar el té y su millón de
accesorios.
A
los japoneses se les reconocía porque eran los que llevaban mascarilla. Había
uno sentado en una silla de un stand japonés, con mascarilla, guantes y el
aparato para cobrar con tarjeta en la mano. Listo para cobrar, pero también
listo para hacer cirujía. Era un poco: “Chinos, queremos vuestro dinero pero no
os acerquéis demasiado”.
Unos baozis de porcelana:
Momento
siesta. El centro de negocios, ¡buenísimo! Si tenían a 25 personas trabajando, ¡23
se estaban echando la siesta a la vez!
Otro
momento siesta. La feria estaba asalvajada, era una metáfora de China. Si casi
se estaba acabando la feria ¿por qué seguían construyendo? El suelo era un
polvorín, se les había levantado la moqueta y hecho un ocho. A los lados restos
de obras o de basura. Y aquí dos trabajadores durmiendo, que más bien parecía
que habían bombardeado al estilo Beirut y se habían quedado por ahí tendidos
los cuerpos. Y ¡qué gloriosa capacidad para dormir entre tanto ruido y gentío!
De
hecho, daban ganas de echarse por ahí entre las obras. En toda la inmensidad de la
feria no había un cochino sitio en el que descansar un momento, en el que
tomarse un refrigerio.
Fuera
estaban los que no tenían dinero para estar dentro. Había un mercadillo que se
extendía hasta el infinito.
Otras
cosas que compré, en la feria, en el mercado y en otros lugares:
Qué
ganas tenía desde hace años de un cuchillo de porcelana. Me costaba hasta
imaginar cómo sería. ¡Y qué bien corta!
Dos
celadones, imitación de cerámica china antigua.
Porcelana de molde pintada a mano:
Gres:
Porcelana de torno con dibujo bajo relieve:
Porcelana de torno con dibujo a mano:
Después
de seis horas caminando sin parar me fui al aeropuerto –aunque faltaban 5 horas
para mi vuelo- con la única finalidad de poder sentarme en una silla. Me
arrepentí de haberme ido tan pronto, pero es que necesitaba sentarme y el suelo
estaba polvoriento en todas partes. En el aeropuerto pusieron una y otra vez la
canción de cuna de: “Duérmete niña, duérmete ya, que viene el Coco y te comerá…”.
Oigan, que esfuerzo tener los párpados abiertos.
Jingdezhen
es un lugar mágico.
Un lugar mágico y una compradora exacerbada y cansina
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