Jean-Georges es un chef francés con un restaurante 3 estrellas Michelin en Nueva York. Tiene un restaurante gemelo en Shanghái con el mismo nombre. Se supone que es lo mismo, pero adaptado un poco al paladar chino. El restaurante es estilo Old Shanghai (inspirado en los años 30) mezclado con rollito francés, ubicado en un edificio histórico en el Bund.
Y luego, tiene un carro de restaurantes de diferentes categorías desperdigados por todo el mundo.
Jean-Georges dice en una entrevista: “¡Jo! ¡Todo el mundo me
critica!”. Normal, a todo el que hace algo se le critica, para bien o para mal.
Pues yo también te voy a criticar Jean-Georges: esto se trata de darle al
diente y hablar.
El espacio, el servicio, todo muy bien. Los camareros, no sólo lo hacen bien, sino que son majos. El restaurante está muy oscuro, e hice unas lamentables fotos porque como allí va la gente más a mirarse que a estar a lo suyo, pues, me daba apuro.
El espacio, el servicio, todo muy bien. Los camareros, no sólo lo hacen bien, sino que son majos. El restaurante está muy oscuro, e hice unas lamentables fotos porque como allí va la gente más a mirarse que a estar a lo suyo, pues, me daba apuro.
Los platos son tan elaborados y tienen un título tan largo
que es difícil recordar que eran, incluso en el mismo momento en el que el
camarero te recitaba su contenido, incluso cuando lo estabas degustando.
El foie estaba que-te-cagas. Yo lo hubiera servido como
postre en vez de aperitivo, ¡parecía un pastel! Tenía muchas capas, era muy
complejo, pero era un flipe de cosi-cosa. Dulcísimo, a veces, crujiente, a
veces, suavísimo. Sabía a esto, sabía a aquello. Todo el Universo allí reunido
en la cosa de foie. Parecía la fábrica de chocolate de Mr. Wonka.
El pan, era muy rico, pero también era dulcísimo. Con tanto
dulzor me acordé de Marie Antoinette por un lado; y por otro, eso que dicen que
la cocina shanghainesa es un poco dulce comparada con la de las otras
provincias, y éste restaurante está hecho para satisfacer los paladares
shanghaineses. Al salir, los comensales deben tener el azúcar en la sangre a
mil. ¡Jean-Georges, se te va la mano con el azucarero!
El pescado, normalito. No era suficientemente digno en su
contexto. Un trozo de lubina frita con una salsa rica. Estaba bien, pero después de la
cosa esa de foie, era insignificante, una piedra en el camino.
El pato, también estaba que-te-cagas, pero de verdad. Tenía
un crunchi-crunchi , una costra de pistachos, un no sé qué; que olé, olé y olé.
Pero otra vez, dulce, dulce a morir, la salsa esa de frambuesas. Rozando el mal gusto tanto dulzor.
El postre, era más azúcar. Y la cosa, ya no se disfrutaba.
Era una mouse de frutos rojos o frambuesas, no me acuerdo, con salsa de chocolate
caliente. Estaba normal. Bien, claro. Nada demasiado sofisticado.
Al final, sacaban una bandeja de bombones -gentileza
de la casa, lo mismo que el pre-aperitivo. Porque, éste tipo, además, de
restaurantes, también hace bombones y los comercializa. Pero después, de tanto
dulzor, no había hijo de madre que pudiera probar un bombón. Nos preguntamos a
cuántas mesas habrían salido esos mismos bombones. No podíamos ni probarlos, de
hecho, salimos rodando del restaurante. Pero le pedimos al camarero que nos los
pusieran para llevar: allí no íbamos a dejar ni las migas del mantel. En China,
no está nada mal visto pedir que te pongan en un taper lo que no te has comido,
porque, a los chinos, les gusta pedir muchos platos y probar un bocado de aquí
y de allá, y luego, en casa continúa el banquete. Pues nos los pusieron en un
auténtico taper, cuando deben tener cajitas, ya que, venden bombones. Y rodaban
y se autodestruían en el taper grande. Un detalle muy feo. Si quieren regalar
bombones para que los prueben sus clientes, se prepara una cajita, ni que sea
con tres bombones, y quedan olé, un regalo que a todos gusta. Si te sacan una
bandeja con bombones después de haberte comido una docena de cosas, pues no
apetecen. Y que te los pongan en un taper…
El pagar fue el llorar. No habíamos visto –en algún lugar
debía decirlo- que una suma cuantiosa era para el servicio. Tuve la suerte de
que me invitó mi invitada… después de las vacaciones perras que le hice pasar
en el norte de China, qué amable.
Huy a mí los restaurantes finolis me dan mucho miedo porque me aterra el momento de ver la cuenta, jajaja.
ReplyDeleteLlevo un buen rato intentando entrar en la web de coursera y por fin he podido pero muy mal, y las lecciones de mi curso son todas en vídeo, a ver si puedo ver algo!! con lo lenta que me va la conexión!!
Parece que si, sobre el mantel, a las cosas más pequeñas no se les bautiza como a un aristócrata de otros tiempos, con una larga serie de nombres, no vayan a tener buen sabor. ¿Verdad que un taquito de solomillo con reducción al oporto sobre lecho de endivias caramelizadas con sirope de frambuesas dehidratadas debe estar para chuparse los dedos? Pues, aún así, yo con un solomillo a la plancha con una guarnición de verduras a la plancha me quedo más a gusto. Por cierto: ¡Qué golosa es usted!
ReplyDelete¡Ah!, yo no soy de la época del blog, y también tengo uno.
Un saludo.
ay, que no había visto su actualización hasta ahora. comparto con marta que los restaurantes finos, si no es con la seguridad de que paga el otro, son de comer y no disfrutar.
ReplyDeletey venga azúcar y venga azúcar. parece un disco de alejandro sanz. y el nombre jean georges... juan jorge!!
y digo más, que más que en la américa de principios de siglo xx, mi vida de civil se asemeja cada vez más a la inglaterra de dicheks... ay.
dicheks... dickens!!
ReplyDeletepues se ve bien rico.... me acabo de leer todos los post de un tirón y se me han quemado los macarrones, vaya paradoja.
ReplyDeleteActualización trimestral inminente!