En el templo Buda de Jade

Animales que salen, o salían, en pelis de miedo: un tiburón, una serpiente, un cocodrilo, un gato, un hombre lobo, pájaros, hormigas… mm… ¿qué más? Todavía no han hecho una de peces de colores. Del templo Buda de Jade en Shanghái, dicen las guías de viaje: “Visita imprescindible”. Quizá lo digan por ser el único relevante o el más grande. Yo le tengo un paquete a este templo… Entras, y se te acerca algo parecido a un sales manager impetuoso hablándote en inglés. ¿Qué pensar? Quiere venderme algo, quiere robarme, va a practicar el nuevo timo conmigo… No, resulta que trabaja para el templo. No te deja ni ver el patio cuando te lleva directo a la tienda, con la excusa de que allí se guarda la estatua más antigua del templo, que como todas las cosas chinas, no sabría decir si tiene mil años o uno, porque parece recién pintada con Titanlux oro. Que si no quieres comprar nada… Todo tipo de merchandising a doblón, aparte del ticket de entrada, que tampoco era un regalo. No, no quiero comprar nada, gracias. Me sigue. Me quiere enseñar más cosas. No para de hablar pero no dice nada. Le digo que prefiero que no me enseñe nada, puedo ver el recinto sin su ayuda. Y sigue, bla, bla, bla. Le digo: “Déjame en paz, piérdete.” Entonces, lo entiende, pero me mira mal: “ingrata”, leo en sus ojos.

El recinto es bastante grande, varios edificios, todos son tiendas, en todos los lados hay un muñecote feo de Buda con una hucha. Vemos a una señora de rodillas rezándole al muñecote ¡en una tienda! A menos de dos metros de ella, un dependiente atiende a la gente. Qué poder de concentración en su comunicación con Dios.

Al fondo, los monjes tienen su parking. Oigan, qué coches tienen los monjes, ni voto de pobreza ni porras.

Lo mejor son los bonsáis, tienen un montón. Me gustan estos pinos chinos. Los míos los dejé al cuidado de mi vecina en vacaciones: uno se secó del todo, el otro a medias, no levanta cabeza.