Uno de los
motivos que me decidieron a mudarme "al campo", en su defecto a un
pueblo, fue para saborear el silencio. En Shanghái hay mucho ruido de fondo,
cuando no es una cosa es otra: que si los aviones, que si los gritos de los
vecinos, que si los coches, que si los televisores... Al final te acostumbras,
pero el ruido está ahí haciendo mella.
Empecé a
idealizar la naturaleza, no quería oír otro sonido que el canto de los pájaros,
el viento que mueve la copa de los árboles, la lluvia en el tejado, el aullido
del lobo... ¡Cuán equivocada estaba! No me había instalado en el pico del Aneto
precisamente, sino, en la calle Mayor de un pueblo. Cuando compré la casa, ni
siquiera reparé en el hecho de que había bares. "Mil habitantes", me dije para mí, esto será un remanso
de paz.
Pues más
bien, todo lo contrario. Es el lugar más ruidoso en el que he vivido hasta la
fecha; sólo comparable -aunque diferente- a Bangkok.
La calle
Mayor es el lugar del pueblo en el que se desarrolla toda la actividad. El
lunes a las ocho menos cuarto de la mañana pasa el camión de la basura, imposible no oírlo.
Por si has decidido darte la vuelta para conciliar un rato más el sueño,
olvídate, porque a las ocho y cuarenta y cinco pasa el camión del butano.
El viernes
pasan los camiones -a sólo metro y medio de mi almohada, que a veces se llevan
por delante el balcón, ya fracturado- para abastecer a los comercios, todos
ellos ubicados en esta calle. De madrugada descargan todo tipo de productos: pasa
el de los refrescos, el del pan bimbo, el de la carne, el de la leche... Otras
veces, el afilador o el tapicero, con unos altavoces y una locución que alaba
sus tapizados dando vueltas por mi calle sin cesar.
Los niños
berrean como si fuera la matanza del cerdo. En serio, si tuviera parentesco
alguno con ellos, me preocuparía por su estado. Están siempre desaforados, al
límite de algo. Y se ponen a jugar, justo en frente de mi puerta. Qué manera de
gritar, me dejan pasmada. A veces, estoy en el tercer piso, en el otro ala de
casa, a ver, los muros son de sesenta centímetros, y aún los oigo. Los domingos
pasean con sus padres por mi calle. Los padres pasean con tranquilidad y a su
lado, un par de niños fuera de sí, como de psiquiátrico, y no les causa ninguna
inquietud. Y les preguntan algo, y se retuercen por el suelo, y patalean, y
berrean, y todo esto sin que haya el menor conflicto, con la mayor naturalidad.
Si los niños
gritan, sus mayores no hablan bajo precisamente. Oigo cada conversación en la
calle desde casa, con las ventanas y contraventanas cerradas. De hecho, creo
que desde que practico la higiene auricular a la usanza china, oigo mejor que
nunca, como si se hubiera despertado un nuevo sentido. A veces pienso, que si pusiera una oreja en el suelo, pudiera escuchar
también las conversaciones en la capital de la provincia.
Oigo cómo
hablan de la casa: si la han vendido, quién la ha comprado, por cuánto la han
vendido, cómo es el estado del edificio... Y todo tipo de elucubraciones,
acertadas o erróneas. Cuando bajan el tono de voz, es cuando hay chicha,
sólo tengo que retirarme el pelo de la oreja y oír esto también.
si que es cierto que la gente habla alto por aquí, no es en su pueblo anónimo únicamente donde ocurre.
ReplyDeletetendrá que hacerse con las riendas de la situación. nos movemos por rutinas, inercias y si ahí no ha vivido nadie, igual tardan un tiempo en darse cuenta de que usted está allí.
ya ha ido a comprar a los comercios locales? al bar a desayunar? no le han hecho el interrogatorio de rigor sobre quién es usted, porqué está allí y si tiene familia en los contornos? date a conocer en los puntos neurálgicos de la villa y todo arreglado.
Sí, me conocen en todo el pueblo. Según me han contado, no se habla de otra cosa y se habla mal. Compro, desayuno, hablo.
DeleteAhora mismo he intentado conversar con un lugareño que me ha bloqueado la puerta del local de casa con la furgo por tres horas. Todo lo que me ha dicho es: "Da igual (que no puedas entrar). No pasa nada".
¿Cómo es la higiene auricular china? ¿Con los palitos esos?
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