Corea: La isla Jeju VII

Al día siguiente a las 8.30 de la mañana ya estaba en el bosque de Saryeoni, a los pies del volcán Hallasan. Fui la primera en llegar y hacía un frío que pelaba.

El bosque tiene un sendero para que no te pierdas, aunque puedes ir por donde quieras. Me sorprende mucho que dejen entrar a los chinos a estos sitios, debe ser porque no los conocen lo suficiente. Yo los he visto en China bajar de un autobús, llegar a un bosque y arramplar con todo: ramas, hojas, hierbas, piedras; matar todo lo que se mueve y esté a su alcance; y a cambio dejar basura por doquier. No se cortan un pelo.

Me topé con un corzo, y no sé quién se asustó más, si él o yo. Se dio a la carrera. Y pocos metros más allá vi a estos dos:

Entonces, el corzo anterior los llamó y les dijo: “Cuidado con esa”. Levantaron la cabeza, me miraron de arriba abajo y se fueron corriendo.

Este bosque tiene que ser más bonito en primavera o verano, pero lo bueno del invierno es que no había nadie. En total me cruce a unas 4 o 5 personas. Todo crujía, y el viento aullaba, me habló hasta la Santísima Trinidad (Esa que nunca supimos quién era por más que nos lo explicasen). Fue un paseo encantador. En Shanghái no se camina nada, porque allí no tiene sentido caminar. Las piernas se convierten en prolongaciones fofas del cuerpo que sólo sirven para llevar un short. La isla y el movimiento me han sentado genial. Era un paseo de 10 kilómetros (en Jeju menos de esto, no se llama ni caminar, la mayoría de los paseos rondan los 20 km). Iba yo llena de orgullo con mi hazaña deportiva, sintiendo que casi-casi estaba entrenando para los próximos juegos olímpicos, cuando de pronto un abuelo coreano ¡me adelantó corriendo! Estaba haciendo lo mismo que yo, ¡pero corriendo!, ¡y era un abuelo! Qué humillación.