Wayne Thiebaud, "Cakes", 1963.
Hace
ya meses que esto sucedió. E quería presentarme a alguien que había conocido
recientemente. Íbamos a cenar, pero antes, fuimos a tomar algo. Como la coctelería no abre hasta las 7 y
media, fuimos a un sitio muy cerca de allí, en el que nunca había estado pero
siempre que había pasado me había fijado que estaba vacío. Se trataba de una
pastelería francesa que también es cafetería, pero que si no entras hasta el
fondo del local no te enteras de que es cafetería. ¿Qué sabía de este tipo? Que
era un extranjero en sus cuarenta y algo, con mucho dinero, interesado en E, y
E no del todo interesado pero tampoco desinteresado en él.
E
tiene un talento inequívoco para encontrar a los seres más extraños que haya en
la superficie del planeta Tierra. No en vano, es mi amigo.
El
extranjero hablaba, hablaba y hablaba, de esto, de lo otro. Sin parar, sin
pausa. Aquello era un monólogo, un aburridísimo monólogo. Estábamos solos y sonaban
canciones románticas italianas a todo volumen, en plan: Eros Ramazzotti, Laura
Pausini y cosas por el estilo. Nos sirvieron un té que era un azucarillo puro y
duro. El amigo de E se pidió 4 pasteles de esos venga nata y crema por aquí y
por allá, y se los comió uno detrás de otro, diciendo: “Hoy me pedía el cuerpo
azúcar”. Debió notar mi cara de aburrimiento profundo y empezó a hacer voces,
en un penoso intento de resultarme divertido. El más interesado en la
conversación parecía el pastelero, en su cafetería a la que nunca entra nadie,
se sentó en una mesa sospechosamente cercana a la nuestra, cuando todas estaban
vacías. Sacó dos bandejas con pasteles de la cocina y empezó a organizarlos una
y otra vez. ¡Cielos! Estuvo tocando los pasteles durante media hora. El té
azucarillo me estaba retorciendo el estómago. La música empalagosa, el olor a
ambientador, y definitivamente: el extranjero me estaba haciendo enfermar.
Aquel tipo era uno de esos vampiros que te chupa toda la energía vital en un
rato. ¡No podía más! Hubiera preferido antes la muerte que cenar con él. Así
que, abruptamente me levanté y le corté la conversación, porque no pensaba
detenerse jamás. Les dije que estaba cansada y me iba a casa. Lo cual no sonó
muy creíble, miento muy mal. Pero hasta ahí había llegado la cosa.
Fue
salir de allí, empezar a caminar y recuperar la energía. Llamé al Sr. X para
cenar.
Al
poco de irme, el extranjero empezó a llorar y a llorar –me contó E- y a decir: “Buahhhh…
a nadie gusto….buahhh”, y otras lamentaciones. E estuvo unos días
atormentándome, diciéndome lo mal que me había portado, cómo le había hecho yo
quedar delante de su amigo, que si no iba a presentarme nunca más a nadie y
bla, bla, bla… Me pareció una reacción exagerada a mi liberación. Después de aquel día, el extranjero desapareció. No volvió a ver E ni a
contestar a sus llamadas. E siempre me culpó de esto. Pero, ¿qué había hecho
yo? E tardo casi un mes en perdornarme.
(Continuará en el próximo capítulo)
ese extranjero tiene que reaparecer, seguro. no sé, yo sigo un poco la línea de Pepe Rubianes, que decía que cuando hablaban los demás él 'silbaba interiormente'.
ReplyDeleteesta historia ya me la sabía yo jajaja. a ver la segunda parte...
ReplyDeleteEl cuadro es precioso,
ReplyDeleteambos dos
Siempre igual, so maleducada, no aprendemos eeee
ReplyDeleteSe pueden hacer las cosas de manera más fina digo yo...
(aunque a veces menudos pelmas)