¿Saben? Tengo premoniciones, pero sólo sobre controles policiales de velocidad y poco más. Nada elevado o digno de interés. Ya he tenido cuatro en total. Tres el pasado domingo, que iba flotando en el coche en éxtasis de naturaleza.
Con los problemas de atención que tengo -en lo que no me interesa- dudo que sea una individua apta para conducir. Me debieron dar el carnet porque a todo el mundo que insiste lo suficiente le dan uno. Y ya ven, ahí voy, imponiendo el terror por carreteras de montaña, caminos polvorientos y autovías.
El tontón -qué bien elegido está su nombre, anda que no discutimos poco él y yo- me va chivando los radares, pero siempre cabe la posibilidad de un coche policial por sorpresa.
Voy conduciendo, enfrascada a tope, en un montón de pensamientos por los que la mente navega sola, y sobre los cuales no siento que tenga ningún control. Y empiezo a divagar: "Vaya pueblo más feo, aquí no vienen ni sus residentes, seguro-seguro que en un lugar así nunca podría haber un control policial. No tendría el más mínimo sentido...". Sin saber por qué, reduzco la velocidad y... ¡Zaca! ¡Coche de la policía escondido!
Unos kilómetros después me vuelve a pasar exactamente lo mismo, con las mismas palabras y el mismo frenazo para reducir la velocidad.
Sigo circulando. El domingo, casi di la vuelta al mundo, sólo por ver si un poco más allá, había también algún matojo, flor o terruño bonito al que mirar hasta sacarle todo su jugo.
Y empiezan otra vez los pensamientos con su charla barata: "Qué suerte tuviste al encontrar este coche, vale un potosí. ¿Cuánto te durará? Imagínate que tienes una avería, un accidente, eso sería una tragedia, con lo caro que es todo. Seguramente, sería más barato comprarte otro coche que arreglarlo. ¿Por dónde morirá este coche? ¿Será el cambio de marchas lo que falle un mal día?..."
Iba yo, sobrevolando la línea de tierra, rozando las nubes con la coronilla... Llevaba flores en el asiento de atrás, menudo perfume, y esa luz, ese aire, esos colores... Más en Babia no se puede, al 100%, dándolo todo. Una carretera estrecha, un barranco... Iba a 70km/h o así. Y de pronto, veo un cartel que dice: velocidad máxima 30Km/h. Y en vez de reducir la velocidad, empieza mi tonta cabecita a divagar: "Cómo se pasan, a 30Km/h. Qué poco es eso, caminando se hace antes... ¿Por qué habrá un cartel que diga que hay que ir a 30?...". Aflojo un poco, pero muy poco. Y de pronto, me veo en una curva con forma de horquilla trazada por el mismísimo Belcebú. Era una curva del todo inesperada en el recorrido. Freno demasiado tarde, vuelvo de Babia demasiado tarde, y me doy todo un ostión por ser incapaz de trazar la curva a 70 por hora.
Por suerte, en vez del barranco, había un montículo de tierra contra el que frené. Y pensaba que no iba a poder sacar el coche de allí, con el morro clavado en la tierra, en una curva sin nada de visibilidad con el coche cruzado en medio de la carretera.
Tengo una suerte loca, porque conseguí sacarlo y no me hice nada. Tenía tal susto en el cuerpo, que circulé tres kilómetros más sin cerciorarme de lo que le había pasado al coche. El morro arrugado rozaba con la rueda y parecía estar erosionando a la misma.
Enseguida la grúa vino a recogerme. El conductor me dio mucho palique sobre cómo lo sangran sus hijos venga pedirle pasta. Se conocía la zona como la palma de su mano y me llevó a un chapista muy bueno. Estaba aterrada pensando que iba a tener que cambiar toda la pieza delantera y me iba a costar un potosí. Pero, todo un manitas obró milagros a golpe de martillo por unos pocos euros. Me sacó hasta otro bollo. Lo cierto, es que, tengo bollos en las cuatro esquinas...
Con los problemas de atención que tengo -en lo que no me interesa- dudo que sea una individua apta para conducir. Me debieron dar el carnet porque a todo el mundo que insiste lo suficiente le dan uno. Y ya ven, ahí voy, imponiendo el terror por carreteras de montaña, caminos polvorientos y autovías.
El tontón -qué bien elegido está su nombre, anda que no discutimos poco él y yo- me va chivando los radares, pero siempre cabe la posibilidad de un coche policial por sorpresa.
Voy conduciendo, enfrascada a tope, en un montón de pensamientos por los que la mente navega sola, y sobre los cuales no siento que tenga ningún control. Y empiezo a divagar: "Vaya pueblo más feo, aquí no vienen ni sus residentes, seguro-seguro que en un lugar así nunca podría haber un control policial. No tendría el más mínimo sentido...". Sin saber por qué, reduzco la velocidad y... ¡Zaca! ¡Coche de la policía escondido!
Unos kilómetros después me vuelve a pasar exactamente lo mismo, con las mismas palabras y el mismo frenazo para reducir la velocidad.
Sigo circulando. El domingo, casi di la vuelta al mundo, sólo por ver si un poco más allá, había también algún matojo, flor o terruño bonito al que mirar hasta sacarle todo su jugo.
Y empiezan otra vez los pensamientos con su charla barata: "Qué suerte tuviste al encontrar este coche, vale un potosí. ¿Cuánto te durará? Imagínate que tienes una avería, un accidente, eso sería una tragedia, con lo caro que es todo. Seguramente, sería más barato comprarte otro coche que arreglarlo. ¿Por dónde morirá este coche? ¿Será el cambio de marchas lo que falle un mal día?..."
Iba yo, sobrevolando la línea de tierra, rozando las nubes con la coronilla... Llevaba flores en el asiento de atrás, menudo perfume, y esa luz, ese aire, esos colores... Más en Babia no se puede, al 100%, dándolo todo. Una carretera estrecha, un barranco... Iba a 70km/h o así. Y de pronto, veo un cartel que dice: velocidad máxima 30Km/h. Y en vez de reducir la velocidad, empieza mi tonta cabecita a divagar: "Cómo se pasan, a 30Km/h. Qué poco es eso, caminando se hace antes... ¿Por qué habrá un cartel que diga que hay que ir a 30?...". Aflojo un poco, pero muy poco. Y de pronto, me veo en una curva con forma de horquilla trazada por el mismísimo Belcebú. Era una curva del todo inesperada en el recorrido. Freno demasiado tarde, vuelvo de Babia demasiado tarde, y me doy todo un ostión por ser incapaz de trazar la curva a 70 por hora.
Por suerte, en vez del barranco, había un montículo de tierra contra el que frené. Y pensaba que no iba a poder sacar el coche de allí, con el morro clavado en la tierra, en una curva sin nada de visibilidad con el coche cruzado en medio de la carretera.
Tengo una suerte loca, porque conseguí sacarlo y no me hice nada. Tenía tal susto en el cuerpo, que circulé tres kilómetros más sin cerciorarme de lo que le había pasado al coche. El morro arrugado rozaba con la rueda y parecía estar erosionando a la misma.
Enseguida la grúa vino a recogerme. El conductor me dio mucho palique sobre cómo lo sangran sus hijos venga pedirle pasta. Se conocía la zona como la palma de su mano y me llevó a un chapista muy bueno. Estaba aterrada pensando que iba a tener que cambiar toda la pieza delantera y me iba a costar un potosí. Pero, todo un manitas obró milagros a golpe de martillo por unos pocos euros. Me sacó hasta otro bollo. Lo cierto, es que, tengo bollos en las cuatro esquinas...
ostia yprh!! una cosa es el mundo interior, rico y variado, y otra cosa es ya ir zombie al volante!!!
ReplyDeletequé susto!!
Tía ten cuidado!!! Hay que conducir con los cinco sentidos en la carretera!
ReplyDeleteLa primera foto es increíble.
Gracias querida.
DeleteSon las Bárdenas Reales, un sitio muy bonito.