Segundo día del puente. La herida en el dedo todavía me
domina. Pienso que es mejor salir de casa para pensar en otra cosa, pero me
tengo que lavar el pelo y darme el tinte.
Me acuerdo que en el mismo Prados Verdes, sólo dos portales
más allá del mismo hay una peluquería que da miedo. En general, soy recelosa de
todas las peluquerías; pero de ésta en especial. Es un cuarto de la portería
del edificio. Los peluqueros son los porteros. Tiene fotos tan pasadas de moda que casi están de moda. Pero está a un minuto
de casa, y lavar, aplicar el tinte, no tiene ningún misterio.
Entro. Tienen dos sillas y un lavadero de cabezas. Llevo en
la mano el tinte comprado en España. Pregunto cuánto vale lavar, echar tinte y
peinar. Lo pregunto, porque, por la misma operación me han llegado a pedir 35 rmb
o 600 rmb, dependiendo de la peluquería. Tan mal o tan bien te lo pueden hacer
en una peluquería cara que en una barata: es cuestión de suerte. Me dice que 20
rmb. Qué barato, qué sospechosamente barato.
Le doy el tinte. El embalaje es idéntico al del tinte chino.
El peluquero lo mira y se rasca la cabeza. Me pregunta: “¿Cómo?”. ¿Cómo que “cómo”?
No comprendo. Dice: “Sí, a ver, ¿tal cuál? ¿O lo mezclo con agua? ¿Lo mezclo
con champú?”. Ay, ay, ya empezamos. No sé cómo se dice revelador. Le digo que
ahora vuelvo. Cojo en casa la botellita de revelador para la mezcla.
Entonces me dice: “Esto es muy poco”. No es muy poco.
Siempre se pone lo mismo, en España, en China. A no ser que tengas una melena que te llegue a
los pies. Y luego me pregunta: “¿Cómo se da el tinte?”. Apaga y vámonos. Ya
empiezo a saber por qué vale 20 rmb. Ellos trabajan, pero tú les das clases.
Hago tosca demostración con una sola mano. Él hace un gesto de haber
comprendido, cómo si lo hubiera visto en una película, en otra vida. Aplica el
tinte en menos de dos minutos, por aquí sí, por aquí no. Pienso que en
cualquier caso es mejor de lo que iba a hacer yo con una mano y sin ganas. Si
no queda uniforme, ya me lo daré yo la semana que viene otra vez.
La peluquería está decorada con estilos de peinados de los
ochenta en China. Los reconozco por las películas que he visto. Casi todos
llevan ondas o permanente. Las fotos están descoloridas, pero la peluquería
hace sólo unos meses que ha abierto. Me pregunto si por estar pasadas de moda
las compraron más baratas o, es que, les gusta el estilo.
Saco un libro. Entonces, se sienten mal por mi pobre
entretenimiento. Enchufan la televisión y la ponen a todo volumen, qué tortura.
El peluquero quiere darme palique. Primero los toros, luego el fútbol. Están
sacando no sé qué circunvalación de qué ciudad del interior iluminada como la
feria. Me comenta lo bonito que le parece. Me cuesta concentrarme en la lectura
con la tele tan alta.
Finalmente me lava la cabeza. Entonces, raudo y veloz coge las planchas.
Pero ¡qué ocurrencia! Pretende plancharme el pelo mojado. ¿Es que no sabe que
se chamusca? No puede creer que no quiera, si las planchas son lo mejor, a su
juicio. Le digo que secador y cepillo. Dice que entonces, lo hace su mujer que
es la experta. Su mujer me seca todo el pelo de golpe con aire y sin cepillo. Uf, esto
va mal, menudos pelos me va a dejar. Dice que espere, que espere. Cuando está
todo seco, revuelto y crespado a más no poder, agarra el cepillo y me hace dos
tirabuzones, uno a cada lado de la cara. Parece una broma. Me levanto y me
voy. Subo a casa, y me mojo el pelo.
Esto resume el crecimiento chino. Todo el mundo está
haciendo negocios aunque no tenga ni idea. ¿Vosotros imagináis a un español
abriendo una peluquería sin saber cómo se aplica el tinte ni cómo se seca el pelo?
Es absurdo. De hecho, en España pasa lo contrario, la gente tiene el
conocimiento, pero pocas veces lo aplica. En China, sobre todo en el interior o
entre los muchos que no pueden acceder a la educación, hay una ignorancia
profunda.
Me voy al mercado de
flores. Tengo un antojo muy grande de un árbol. Los árboles dan buen rollo. Me
compro este bonsái de dos pinos chinos. Me encanta. Pero cuando llego a casa me
doy cuenta de que no tengo dónde ponerlo. No existe peana suficientemente alta
para quitarlo del alcance de la boquita de Venus. Sí, una mesa, pero no voy a
comprar una mesa para ponerlo, y lo que ocupa una mesa.