Este
verano cuando estuve en Bayona me topé con un mercadillo de cosas de segunda
mano. Allí vi dos estupendos almohadones, de los de antes, de los de abuelo. “¡Qué
algodón tan gordo y tan bueno!” me dije. Aunque eran muy blancos y lustrosos, uno
tenía una mancha fea. La vendedora me dijo: “A esto le pones una gota de lejía,
lo frotas con jabón de Marsella y chin pun, desaparece”. Así hice cuando llegué
a Logroño; la mancha desapareció. Contenta los metí en la maleta a China. En Ikea no encontré relleno del tamaño
exacto porque eran almohadones de los de antes, no tenían una medida estándar.
Los planché. Miré mi cama con los nuevos almohadones con satisfacción: qué
buena compra había hecho.
Entonces,
los estrené. Apoyé mi cara sobre el buen algodón bien planchado, y:
mal rollito. Empecé a pensar. Esos almohadones, de los de antes, tenían que
haber salido de la casa de unos abuelos. Y, ¿cómo había sucedido? Obviamente, porque
la habían palmado. Si no, de qué se iban a deshacer de unos almohadones tan
buenos. Y esa manchita fea… ¿Cómo se mancha un almohadón? Terror, lo vi claro:
¡era la baba de la muerte! Sí, un abuelo la había palmado en ese almohadón en
el que ahora yo reposaba mi cara. Se habían deshecho de las sábanas porque
nadie quiere guardar la ropa de cama donde ha fallecido alguien. Habían llamado
a los que vacían pisos y les habían regalado los almohadones que luego yo había
comprado en el mercadillo. ¡Arrea!
No
pude y no he podido quitarme la idea de la cabeza. Los almohadones aún me
gustaban, estaban muy bien lavados. Pero, mi cara no era la única que reposaba allí, en otro espacio-tiempo había alguien más. El supuesto abuelo que había fallecido estaba también
allí, ahora compartíamos almohadón. Cada día tomaba más y más forma, hasta que era
un hombre largo y estrecho, tenía la cabeza apepinada, apenas tenía cabello y
manchas en la piel. Giraba su cabecita, que interseccionaba con la mía en la
almohada, y caía la baba de la muerte.
Pues
oigan, no ha habido noche que no haya pensado algún momento en ese abuelo. Eché
a lavar los almohadones y los metí en el armario. No me apetece volver a
usarlos.
eres mitad china mitad española
ReplyDeletete gusta lo nuevo
como a los españoles y a los chinos
oiga, pues le ha quedado un relato de terror la mar de apañado!! la realidad supera a la ficción.
ReplyDeleteyo casi casi que hubiera hecho lo mismo.
Gracias Tolya. Un piropo viniendo de ud.
DeleteQue horror hija que mal rollera eres... Anda que comprarte un -no dos!- almohadones a quien se le ocurre que baba ni que yayo muerto!!! No me sea usted absurda la lejia lo mata to hasta la muerteeeeeeeeeeeeeeeee
ReplyDeleteLimpios están. Pero hay ahí presencia.
Deletees la funda solamente? yo estaba pensando que tenían relleno y todo, y que cómo los habrías metido en la maleta jajaja.
ReplyDeleteTía no sé, yo creo que no notaría ninguna presencia ni nada... si son buenos pues se usan! jajaja
Claro, la funda. ¿Cómo me voy a comprar el relleno? Se me va a menudo la pelota, pero tanto, tanto, no.
Deleteyo hoy todavia trabajo... me voy esta noche!
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