Wednesday, September 12, 2012

Heilongjiang VII: Wudalianchi V: Timadores sin fronteras II


Quedamos dos horas antes con el taxista para ir a la estación. Al parecer, existía un gran misterio en torno a nuestro billete de tren. El taxista nos lo pidió más de 6 veces para leerlo. Ninguna información extraordinaria: Lugar de salida, lugar de destino, hora de salida, coche, vagón, asiento, precio. El taxista le preguntaba a las del hotel dónde estaba la estación de Wudalianchi. Las del hotel nos pidieron el billete otra media docena de veces para observarlo detenidamente como si fuera un antiguo papiro egipcio que descifrar, y cada vez que lo observaban se les ocurría un nuevo significado. Mi amiga y yo estábamos alucinando de lo lindo. ¿Es que esta gente no sabe dónde está la estación de tren de su pueblo? ¿Es que éste taxista no ha llevado jamás a nadie a la estación? China en vez de un país, es un misterio. Cuarenta y cinco minutos discutiendo el tema en chino. Que si se va a la estación por esta carretera o por aquella o por la otra. Jo, qué fuerte, igual, ninguna de esas personas, en su larga vida, había salido nunca de su pueblo de tres calles. Yo ya no sabía qué pensar.
El tema tenía truco. Cuando vinimos, el revisor del tren nos dijo que nos bajáramos una parada antes, en Beian, en vez de en Wudalianchi como decía el billete. Insistió en ello, y en que debíamos coger un autobús de una hora para llegar a Wudalianchi. Así lo hicimos. Algo pasaba con la estación de Wudalianchi. Le dije al taxista cómo habíamos venido, y que si no sabía dónde estaba la estación que nos llevara a la de Beian. Nos dijo que si en el billete ponía salida de Wudalianchi no nos iban a dejar subir en Beian. Eso podía ser perfectamente, buena es la autoridad china. Ya me veía en Wudalianchi por siempre, porque el billete lo compré con un montón de días de adelanto y sólo quedaba tren nocturno. Si perdíamos este tren a saber cuándo íbamos a salir de allí.
Al final el taxista se arma de decisión, coge una carretera y hace unos 60 km en línea recta. En el trayecto nocturno no nos cruzamos a nadie. A veces, los focos iluminaban a algún animalito.
Mi amiga me dice: “Dile lo contentas y agradecidas que estamos por todos los sitios a los que nos ha llevado… y todo eso”. Me parece mala idea. Si a un chino al que le estás comprando algo –o en este caso, alquilando su servicio- le dices lo bien que te parece, de pronto, el precio sube. Si algo no te gusta –o sabes hacer una buena representación de disgusto- el precio baja. (Ejemplo verídico: Entro a una zapatería en Shanghái. Pregunto el precio de unos zapatos, valen 300 rmb; me los pruebo, me gustan, sonrío de oreja a oreja; entonces valen 800 rmb. Sólo cuando te vas enfadada de la tienda, vuelven a valer 300 y encima te dicen, que es un descuento especial para tí). Se lo comento a mi amiga. Pero al final, pienso, qué carajo, se lo voy a decir, ha sido muy majo y está bien decirlo, ¿por qué no?
Al cabo de un rato, baja la velocidad y dice: “Hemos llegado”. ¿Hemos llegado? ¿A dónde hemos llegado? Se ve un montículo de tierra, como una pequeña colina de termones y encima un caserón, ni una sola luz. Estaba oscuro como cuando en los dibujos animados está oscuro que sólo se ven los ojos, pues así estaba aquello. Parecía una estación abandonada. Era un lugar idéntico al que hubieran recreado para una peli de miedo de serie B americana de los ochenta.
Sólo se ve una lucecita en una ventana. No doy crédito. Me bajo del taxi. Camino a tentón, no veo donde pongo el pie. El hall de la estación está completamente oscuro. Tropiezo con el pie de una anciana, está sentada allí. Un hombre, del que no veo ni su silueta, carraspea no lejos de donde está la anciana.  Salgo al andén. Pero, ¡qué es esto! Vuelvo al taxi. Falta una hora y media para que llegue el tren. Yo no veo claro que allí vaya a parar un tren.
 En el andén la única farola en toda la estación.
Le pago al taxista. Ya había hablado con mi amiga que le íbamos a dar un 25% más por el extra de habernos llevado a la estación y estar disponible a esas horas. Me va a dar el cambio, cobrando sólo lo que habíamos acordado. Le digo que se lo quede. También le digo que no queremos quedarnos solas a oscuras, a ver si puede esperar en el taxi con nosotras o llevarnos a algún sitio y volver. Dice que sí. Dos minutos más tarde, viendo que estamos cagaditas (¡no sabéis lo oscuro que estaba aquello!), nos dice que ahora quiere que le demos el doble del dinero que le hemos pagado. Le digo que no. Entonces, empieza a decirme que si habíamos visitado muchos lugares, que bli, que bla… Le digo, que si creía que valía más dinero nos lo hubiera dicho antes y entonces, hubiéramos decidido si contratar su servicio o no. Le cambia la cara, ya no es el taxista simpático, ahora es un ladrón más de Wudalianchi que está viendo como se le escapan las gallinas de los huevos de oro del taxi. Se pone muy tenaz. Estoy viendo el rostro de la anciana pegado al cristal de la ventana, parece la madre de Norman Bates. Le digo que se puede ir, que nos quedamos solas en la estación. No, no nos deja irnos, quiere el doble de dinero.  (Fijaros qué lunáticos, primero me da el cambio, luego quiere el doble del total). Mal rollito, mal rollito. La tensión se masca en el taxi. Mi maleta está en el maletero y no tiene pinta la cosa de que vaya a abrir el capó. Quiere más dinero. No queremos darle más dinero. Nos repite la de sitios a los que nos ha llevado. Quiere más dinero. No queremos darle más dinero. La negociación no prospera en absoluto. Mi amiga que no se empapa al completo de la violenta situación, sale del taxi dando un portazo. Al poco, la sigo, a ver qué pasa. Ha funcionado. Va a abrir el maletero. ¡Uf! Nos sigue. Caminamos hacia la luz.
Hay un revisor en una caseta. Le pregunto si va a venir un tren. Sí, no es una estación fantasma. Le decimos al revisor que está muy oscuro. Muy amable nos acomoda en su humilde habitación y nos trae un frasco de agua hirviendo (para la sed). El taxista se va.
Al rato, le pregunto dónde está el baño. Hay un revisor más. Tiene una linterna y me va a indicar el camino. Salimos de la estación. Lo sigo caminando entre termones de tierra, se está alejando mucho, dirección al bosque. A lo lejos veo una caseta. Me invade el pánico. De repente, me doy media vuelta y echo a correr hacia la estación. Cuando llego a la estación, veo que hay un baño con luz, junto al cuarto en el que estábamos. ¿Dónde me llevaba?
Finalmente, llega gente y nos montamos en el tren.

4 comments:

  1. es que son lentos de reflejos. te pidió más dinero CUANDO YA LE HABÍAS PAGADO?

    ReplyDelete
  2. Alucinante. Luego dirá que mis cosas parecen mentira... Qué valor yprh!!

    ReplyDelete