Quedamos dos horas antes con el taxista para ir a la estación.
Al parecer, existía un gran misterio en torno a nuestro billete de tren. El
taxista nos lo pidió más de 6 veces para leerlo. Ninguna información
extraordinaria: Lugar de salida, lugar de destino, hora de salida, coche,
vagón, asiento, precio. El taxista le preguntaba a las del hotel dónde estaba
la estación de Wudalianchi. Las del hotel nos pidieron el billete otra media
docena de veces para observarlo detenidamente como si fuera un antiguo papiro egipcio
que descifrar, y cada vez que lo observaban se les ocurría un nuevo significado.
Mi amiga y yo estábamos alucinando de lo lindo. ¿Es que esta gente no sabe
dónde está la estación de tren de su pueblo? ¿Es que éste taxista no ha llevado jamás a
nadie a la estación? China en vez de un país, es un misterio. Cuarenta y cinco
minutos discutiendo el tema en chino. Que si se va a la estación por esta
carretera o por aquella o por la otra. Jo, qué fuerte, igual, ninguna de esas
personas, en su larga vida, había salido nunca de su pueblo de tres calles. Yo
ya no sabía qué pensar.
El tema tenía truco. Cuando vinimos, el revisor del tren nos
dijo que nos bajáramos una parada antes, en Beian, en vez de en Wudalianchi
como decía el billete. Insistió en ello, y en que debíamos coger un autobús de
una hora para llegar a Wudalianchi. Así lo hicimos. Algo pasaba con la estación
de Wudalianchi. Le dije al taxista cómo habíamos venido, y que si no sabía dónde
estaba la estación que nos llevara a la de Beian. Nos dijo que si en el billete
ponía salida de Wudalianchi no nos iban a dejar subir en Beian. Eso podía ser
perfectamente, buena es la autoridad china. Ya me veía en Wudalianchi por
siempre, porque el billete lo compré con un montón de días de adelanto y sólo
quedaba tren nocturno. Si perdíamos este tren a saber cuándo íbamos a salir de
allí.
Al final el taxista se arma de decisión, coge una carretera y hace unos 60 km en línea recta. En el trayecto nocturno no nos cruzamos a nadie. A veces, los focos iluminaban a algún animalito.
Al final el taxista se arma de decisión, coge una carretera y hace unos 60 km en línea recta. En el trayecto nocturno no nos cruzamos a nadie. A veces, los focos iluminaban a algún animalito.
Mi amiga me dice: “Dile lo contentas y agradecidas que
estamos por todos los sitios a los que nos ha llevado… y todo eso”. Me parece
mala idea. Si a un chino al que le estás comprando algo –o en este caso,
alquilando su servicio- le dices lo bien que te parece, de pronto, el precio
sube. Si algo no te gusta –o sabes hacer una buena representación de disgusto-
el precio baja. (Ejemplo verídico: Entro a una zapatería en Shanghái. Pregunto
el precio de unos zapatos, valen 300 rmb; me los pruebo, me gustan, sonrío de
oreja a oreja; entonces valen 800 rmb. Sólo cuando te vas enfadada de la
tienda, vuelven a valer 300 y encima te dicen, que es un descuento especial
para tí). Se lo comento a mi amiga. Pero al final, pienso, qué carajo, se lo
voy a decir, ha sido muy majo y está bien decirlo, ¿por qué no?
Al cabo de un rato, baja la velocidad y dice: “Hemos
llegado”. ¿Hemos llegado? ¿A dónde hemos llegado? Se ve un montículo de tierra,
como una pequeña colina de termones y encima un caserón, ni una sola
luz. Estaba oscuro como cuando en los dibujos animados está oscuro que sólo se
ven los ojos, pues así estaba aquello. Parecía una estación abandonada. Era un
lugar idéntico al que hubieran recreado para una peli de miedo de serie B
americana de los ochenta.
Sólo se ve una lucecita en una ventana. No doy crédito. Me
bajo del taxi. Camino a tentón, no veo donde pongo el pie. El hall de la
estación está completamente oscuro. Tropiezo con el pie de una anciana, está
sentada allí. Un hombre, del que no veo ni su silueta, carraspea no lejos de donde está la anciana. Salgo al andén. Pero, ¡qué es esto! Vuelvo al
taxi. Falta una hora y media para que llegue el tren. Yo no veo claro que allí
vaya a parar un tren.
En el andén la única farola en toda la estación.
Le pago al taxista. Ya había hablado con mi amiga que le
íbamos a dar un 25% más por el extra de habernos llevado a la estación y estar
disponible a esas horas. Me va a dar el cambio, cobrando sólo lo que habíamos
acordado. Le digo que se lo quede. También le digo que no queremos quedarnos
solas a oscuras, a ver si puede esperar en el taxi con nosotras o llevarnos a
algún sitio y volver. Dice que sí. Dos minutos más tarde, viendo que estamos
cagaditas (¡no sabéis lo oscuro que estaba aquello!), nos dice que ahora quiere
que le demos el doble del dinero que le hemos pagado. Le digo que no. Entonces,
empieza a decirme que si habíamos visitado muchos lugares, que bli, que bla… Le
digo, que si creía que valía más dinero nos lo hubiera dicho antes y entonces,
hubiéramos decidido si contratar su servicio o no. Le cambia la cara, ya no es
el taxista simpático, ahora es un ladrón más de Wudalianchi que está viendo
como se le escapan las gallinas de los huevos de oro del taxi. Se pone muy
tenaz. Estoy viendo el rostro de la anciana pegado al cristal de la ventana, parece la madre de Norman Bates. Le digo que se puede ir, que nos quedamos solas en la estación. No, no nos
deja irnos, quiere el doble de dinero.
(Fijaros qué lunáticos, primero me da el cambio, luego quiere el doble
del total). Mal rollito, mal rollito. La tensión se masca en el taxi. Mi maleta
está en el maletero y no tiene pinta la cosa de que vaya a abrir el capó.
Quiere más dinero. No queremos darle más dinero. Nos repite la de sitios a los
que nos ha llevado. Quiere más dinero. No queremos darle más dinero. La
negociación no prospera en absoluto. Mi amiga que no se empapa al completo de
la violenta situación, sale del taxi dando un portazo. Al poco, la sigo, a ver
qué pasa. Ha funcionado. Va a abrir el maletero. ¡Uf! Nos sigue. Caminamos
hacia la luz.
Hay un revisor en una caseta. Le pregunto si va a venir un
tren. Sí, no es una estación fantasma. Le decimos al revisor que está muy
oscuro. Muy amable nos acomoda en su humilde habitación y nos trae un frasco de agua hirviendo (para la sed). El taxista se va.
Al rato, le pregunto dónde está el baño. Hay un revisor más.
Tiene una linterna y me va a indicar el camino. Salimos de la estación. Lo sigo
caminando entre termones de tierra, se está alejando mucho, dirección al
bosque. A lo lejos veo una caseta. Me invade el pánico. De repente, me doy
media vuelta y echo a correr hacia la estación. Cuando llego a la estación, veo
que hay un baño con luz, junto al cuarto en el que estábamos. ¿Dónde me
llevaba?
Finalmente, llega gente y nos montamos en el tren.
Que cage.....
ReplyDeletees que son lentos de reflejos. te pidió más dinero CUANDO YA LE HABÍAS PAGADO?
ReplyDeleteDiez minutos después de haberle pagado.
DeleteAlucinante. Luego dirá que mis cosas parecen mentira... Qué valor yprh!!
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