Llegar a Harbin fue un gusto, fue llegar a la civilización.
Como ya expliqué por ahí, Harbin es una ciudad chino-rusa, de aire casi
europeo. Es un sitio al que llegas y te dices, aquí igual hasta se podría
vivir. Lo único que en invierno están a muchos grados bajo cero, y por otro
lado, no creo que sea un paraíso cultural. Pero todo bien. Harbin es bonito. Y ni siquiera la gente
empuja por la calle.
Friday, September 28, 2012
Sunday, September 23, 2012
Heilongjiang VIII: El tren
En China hay más gente que quiere coger un tren (en
cualquier dirección) que asientos tienen los trenes. Por eso, una vez que se
han vendido todos los asientos, dejan subir a un número ilimitado de gente.
Creo que viajar sin asiento es gratis. Al menos, no he visto nunca al revisor
pedir el billete a los pasajeros que viajan de pie. Creo que quieren decir: “Ya
que no podemos ofrecer servicio de transporte a todos los que lo desean,
dejémosles viajar, aunque sea como animales”.
Cuando subimos al tren, mi mayor preocupación era que
alguien se hubiera sentado en nuestro asiento. Esto sucede a menudo. Tú tienes
tu billete, tu asiento, pero si alguien sin billete quiere sentarse ahí, la
única manera de que se levante es usando los puños, literalmente. Nada de
llamar al revisor y decirle… no, no, el revisor –para la miseria que
seguramente le pagan- pasa de meterse en peleas en cada trayecto. Por eso me
quitaron mi cuchillo en la estación de Qiqihar, porque en un tren chino, se
presentan a menudo ocasiones en las que usarlo, y esto queda muy mal en las
noticias: “Sangrienta masacre en un tren debido a una pelea por un asiento”, y
tienen que bloquear en los buscadores de internet: “masacre”, “tren”, “pelea
por un asiento”… y es un follón, con lo ocupados que están los censores chinos
de por sí.
Y se ven casos, de un señor muy anciano con su billete, y un
tío joven y fuerte en su asiento que no le va dejar sentarse. Y discuten, pero
al final el joven alza un puño. Y el resto de pasajeros, en vez de apoyar al
señor viejito, se ríe de él, en plan: “Viejo: muérete”. Y el señor viejito
tiene que hacer un trayecto de 8 horas de pie aplastado en el pasillo. Un
espectáculo desolador. Lo presenciamos dos veces: con un viejito y con un
hombre enclenque y menudo. Los dos se quedaron sin el asiento que habían comprado,
la gente se rió de ellos y el revisor, cuando vio que le pedían ayuda, salió a
paso ligero en dirección opuesta, en plan: “A mí no me líes, si no puedes
defenderte solo, no te montes en un tren”.
En la foto no se aprecia la sustancia que tenía el suelo. Ese tipo tenía valor.
De todos los trenes que cogimos, las seis horas en el nocturno
Wudalianchi-Harbin fueron las más duras con diferencia. Olía fatal. El tren se fue llenando hasta que el pasillo
rebosaba y la gente se te apoyaba encima a dormir, te metían el sobaquillo en
la nariz. La del asiento de enfrente puso su pie descalzo encima de las piernas
de mi amiga, y ésta le hizo una llave de karate que casi le disloca el tobillo. Mi
amiga y yo habíamos acordado dormir por turnos para que no nos robaran. Pero lo
mío fue llegar y caer en un sueño profundo casi instantáneo, y eso que no había
donde apoyarse, ni donde estirarse, ni nada. Mi amiga pasó la noche en vela, y
cuando llegó a Harbin, tenía una cara, y un genio…
Tuesday, September 18, 2012
Entremedio
Parece que ahora, un momentito, funciona internet. Hace unas
dos semanas que no va. No va ni el correo yahoo. Yo pensaba que era mi vpn,
pero M me puso al día: Desde hace un tiempo, el supuesto futuro presidente de
China no aparece en actos públicos. Se rumorea que lo quieren asesinar. El
gobierno dice que tiene catarro y por eso no sale de casa. Los extranjeros no
hablan de otra cosa. A mí, me da lo mismo si lo asesinan al final, o si por el contrario se recupera lozano de su
catarro, pero por Dios ¡que no nos dejen sin internet!
Wednesday, September 12, 2012
Heilongjiang VII: Wudalianchi V: Timadores sin fronteras II
Quedamos dos horas antes con el taxista para ir a la estación.
Al parecer, existía un gran misterio en torno a nuestro billete de tren. El
taxista nos lo pidió más de 6 veces para leerlo. Ninguna información
extraordinaria: Lugar de salida, lugar de destino, hora de salida, coche,
vagón, asiento, precio. El taxista le preguntaba a las del hotel dónde estaba
la estación de Wudalianchi. Las del hotel nos pidieron el billete otra media
docena de veces para observarlo detenidamente como si fuera un antiguo papiro egipcio
que descifrar, y cada vez que lo observaban se les ocurría un nuevo significado.
Mi amiga y yo estábamos alucinando de lo lindo. ¿Es que esta gente no sabe
dónde está la estación de tren de su pueblo? ¿Es que éste taxista no ha llevado jamás a
nadie a la estación? China en vez de un país, es un misterio. Cuarenta y cinco
minutos discutiendo el tema en chino. Que si se va a la estación por esta
carretera o por aquella o por la otra. Jo, qué fuerte, igual, ninguna de esas
personas, en su larga vida, había salido nunca de su pueblo de tres calles. Yo
ya no sabía qué pensar.
El tema tenía truco. Cuando vinimos, el revisor del tren nos
dijo que nos bajáramos una parada antes, en Beian, en vez de en Wudalianchi
como decía el billete. Insistió en ello, y en que debíamos coger un autobús de
una hora para llegar a Wudalianchi. Así lo hicimos. Algo pasaba con la estación
de Wudalianchi. Le dije al taxista cómo habíamos venido, y que si no sabía dónde
estaba la estación que nos llevara a la de Beian. Nos dijo que si en el billete
ponía salida de Wudalianchi no nos iban a dejar subir en Beian. Eso podía ser
perfectamente, buena es la autoridad china. Ya me veía en Wudalianchi por
siempre, porque el billete lo compré con un montón de días de adelanto y sólo
quedaba tren nocturno. Si perdíamos este tren a saber cuándo íbamos a salir de
allí.
Al final el taxista se arma de decisión, coge una carretera y hace unos 60 km en línea recta. En el trayecto nocturno no nos cruzamos a nadie. A veces, los focos iluminaban a algún animalito.
Al final el taxista se arma de decisión, coge una carretera y hace unos 60 km en línea recta. En el trayecto nocturno no nos cruzamos a nadie. A veces, los focos iluminaban a algún animalito.
Mi amiga me dice: “Dile lo contentas y agradecidas que
estamos por todos los sitios a los que nos ha llevado… y todo eso”. Me parece
mala idea. Si a un chino al que le estás comprando algo –o en este caso,
alquilando su servicio- le dices lo bien que te parece, de pronto, el precio
sube. Si algo no te gusta –o sabes hacer una buena representación de disgusto-
el precio baja. (Ejemplo verídico: Entro a una zapatería en Shanghái. Pregunto
el precio de unos zapatos, valen 300 rmb; me los pruebo, me gustan, sonrío de
oreja a oreja; entonces valen 800 rmb. Sólo cuando te vas enfadada de la
tienda, vuelven a valer 300 y encima te dicen, que es un descuento especial
para tí). Se lo comento a mi amiga. Pero al final, pienso, qué carajo, se lo
voy a decir, ha sido muy majo y está bien decirlo, ¿por qué no?
Al cabo de un rato, baja la velocidad y dice: “Hemos
llegado”. ¿Hemos llegado? ¿A dónde hemos llegado? Se ve un montículo de tierra,
como una pequeña colina de termones y encima un caserón, ni una sola
luz. Estaba oscuro como cuando en los dibujos animados está oscuro que sólo se
ven los ojos, pues así estaba aquello. Parecía una estación abandonada. Era un
lugar idéntico al que hubieran recreado para una peli de miedo de serie B
americana de los ochenta.
Sólo se ve una lucecita en una ventana. No doy crédito. Me
bajo del taxi. Camino a tentón, no veo donde pongo el pie. El hall de la
estación está completamente oscuro. Tropiezo con el pie de una anciana, está
sentada allí. Un hombre, del que no veo ni su silueta, carraspea no lejos de donde está la anciana. Salgo al andén. Pero, ¡qué es esto! Vuelvo al
taxi. Falta una hora y media para que llegue el tren. Yo no veo claro que allí
vaya a parar un tren.
En el andén la única farola en toda la estación.
Le pago al taxista. Ya había hablado con mi amiga que le
íbamos a dar un 25% más por el extra de habernos llevado a la estación y estar
disponible a esas horas. Me va a dar el cambio, cobrando sólo lo que habíamos
acordado. Le digo que se lo quede. También le digo que no queremos quedarnos
solas a oscuras, a ver si puede esperar en el taxi con nosotras o llevarnos a
algún sitio y volver. Dice que sí. Dos minutos más tarde, viendo que estamos
cagaditas (¡no sabéis lo oscuro que estaba aquello!), nos dice que ahora quiere
que le demos el doble del dinero que le hemos pagado. Le digo que no. Entonces,
empieza a decirme que si habíamos visitado muchos lugares, que bli, que bla… Le
digo, que si creía que valía más dinero nos lo hubiera dicho antes y entonces,
hubiéramos decidido si contratar su servicio o no. Le cambia la cara, ya no es
el taxista simpático, ahora es un ladrón más de Wudalianchi que está viendo
como se le escapan las gallinas de los huevos de oro del taxi. Se pone muy
tenaz. Estoy viendo el rostro de la anciana pegado al cristal de la ventana, parece la madre de Norman Bates. Le digo que se puede ir, que nos quedamos solas en la estación. No, no nos
deja irnos, quiere el doble de dinero.
(Fijaros qué lunáticos, primero me da el cambio, luego quiere el doble
del total). Mal rollito, mal rollito. La tensión se masca en el taxi. Mi maleta
está en el maletero y no tiene pinta la cosa de que vaya a abrir el capó.
Quiere más dinero. No queremos darle más dinero. Nos repite la de sitios a los
que nos ha llevado. Quiere más dinero. No queremos darle más dinero. La
negociación no prospera en absoluto. Mi amiga que no se empapa al completo de
la violenta situación, sale del taxi dando un portazo. Al poco, la sigo, a ver
qué pasa. Ha funcionado. Va a abrir el maletero. ¡Uf! Nos sigue. Caminamos
hacia la luz.
Hay un revisor en una caseta. Le pregunto si va a venir un
tren. Sí, no es una estación fantasma. Le decimos al revisor que está muy
oscuro. Muy amable nos acomoda en su humilde habitación y nos trae un frasco de agua hirviendo (para la sed). El taxista se va.
Al rato, le pregunto dónde está el baño. Hay un revisor más.
Tiene una linterna y me va a indicar el camino. Salimos de la estación. Lo sigo
caminando entre termones de tierra, se está alejando mucho, dirección al
bosque. A lo lejos veo una caseta. Me invade el pánico. De repente, me doy
media vuelta y echo a correr hacia la estación. Cuando llego a la estación, veo
que hay un baño con luz, junto al cuarto en el que estábamos. ¿Dónde me
llevaba?
Finalmente, llega gente y nos montamos en el tren.
Subscribe to:
Posts (Atom)