En la región de Hulunbuir, Hailar es el núcleo urbano más
grande. Lo bueno que tiene, es que el cielo es muy azul y se respira de
maravilla para ser una ciudad. Lo malo, es casi todo. Digamos que es una de
tantas ciudades chinas para morirse del asco, eso sí, sin contaminación, de
momento.
Sin quererlo, en Hailar pasamos tres días, cuando no hay nada
que ver. Lo que pasa, es que es muy difícil conseguir salir de allí. (Esto lo explicaré más extensamente cuando aborde el tema: trenes)
Lo que hace de Hailar una ciudad distinta a otras ciudades
chinas -que yo conozca-, son sus locos edificios. Es el reino del kitsch, del brilli-brilli,
de arquitectura de aire comunista, de estilo ruso y a todo color. Pero,
justamente ayer, un ruso me dijo que Rusia no es así, sino cómo los chinos
se imaginan Rusia.
Cosas que hicimos en Hailar: 1) Ver tiendas de cortinas
(Igual que en otras ciudades, los comercios están organizados por barrios. Tocó cortinas como podía haber tocado repuestos para el coche)
entrando en estado hipnótico.
2) Ir a la peluquería para matar el rato. Aunque mi amiga y
yo tenemos cortes de pelo diferentes, la peluquera nos peinó que parecíamos
mellizas. Debía ser el único peinado que se sabía. Nos dejó horrorosísimas,
parecíamos miembros de una secta chunga en la que todos los hermanos llevan el mismo peinado.
Pondría una foto de lo buena que es -incluso echando piedras a mi propio
tejado-, pero mi compañera de viaje me ha prohibido distribuir su imagen, número
de teléfono, etc.
3) Intentar darle al diente, infructuosamente.
Entramos a un restaurante. Tiene fotos de los platos, ¡bien!
Le pregunto qué tiene de bueno, señala tres platos. Uno parecen alitas de pollo
frito. Cuando nada tiene buena pinta, parece que las alitas pueden ser una salida. Cuando el
plato llega a la mesa es muy distinto. En la foto son todo alitas, pero en la
mesa son cuatro alitas con otros tropezones negros. Me digo, “Tate, esto son
berenjenas”. Cuando ya tengo una casi en la boca, mi amiga me informa de mi
error: son cucarachas de las praderas. Le digo al cocinero: “Oiga, ¿y ésta
broma?” (Con gestos) A lo que me contesta (con gestos): “Las cucarachas de las
praderas son cosa fina”. En Hailar nos dieron la bienvenida, y aparecerían en
números mercados y restaurantes a lo largo de nuestro viaje por el norte. Además,
las alitas, no eran de pollo, sino de un ser no identificado. Eran demasiado
largas y estrechas.
Santìsima virgen. Pago por la foto del peinado. Hailar me está pareciendo de pesadilla.
ReplyDeleteYo doy más. Pago en metálico para ver peinados. Yo una vez me dio por cortarme el pelo en Bangkok en el barrio de los gogo-boys y me dieron un cardado con lacado que parecía una muñeca rusa... nunca pensé que mi pelo tueviese esa resistencia...
ReplyDeleteEspero que hayas comprado algunas cortinas de esas....
Ja, ja, qué mundo de fantasía son las peluquerías asiáticas.
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