La primera vez que
Joselito ve el monte.
El sábado me
levanto, y como cada día, lo primero que hago es abrir la puerta del cuarto de
Joselito. ¡Cielos! Veo un charco enorme debajo de la mesa. "Pero, ¿Joselito por qué te has meado en el suelo?... ¿En qué
estabas pensando? ¿Pero por qué has hecho una cosa así?... ¿Estás
enfermo?...". Aún dormida, cojo la fregona, buen chorro de lejía y
Joselito se va a su esquinera. "Sí,
sí, ese es tu wc. ¡A buenas horas vas a la esquinera!". Joselito
estaba intentando decirme que él no se había meado, y yo, erre que erre. Hasta
que veo que también hay líquido encima de la mesa. Por lo visto, puse la garrafa
de agua sobre un tablerillo con una grapa patas arriba, y se puso todo perdido. Pobre Joselito, qué
paciencia tiene que tener conmigo, con lo bueno que es, lo bien que se porta,
lo limpio que es. Además, menudo charco tremebundo había debajo de la mesa, ni
que se hubiera meado un búfalo en vez de un conejo.
Al día siguiente,
al fin me decido a llevarlo al monte. Nunca antes lo había hecho porque se
estresa tanto con los viajes que me acabo poniendo yo más nerviosa que él. Pero
siempre en casa el pobre... y hacía tan buen día: lo monto en el coche y
paramos no lejos de casa, pero en pleno campo.
Llevaba puesto el
arnés, y eso ya nos costó una pelea, pero es la única manera factible de
sacarlo de casa.
Pensaba que se iba
a poner loco de contento, pero en realidad, estaba aterrorizado. Se vio todo
indefenso, en campo abierto, cegado por el sol, sin entender ese paisaje que se
extendía más allá de donde alcanzaban sus ojos, unos pajarracos graznaban, y él
abría mucho los ojos y movía las orejas cual antena parabólica. Me arreó dos
mordiscos por ponerlo en semejante tesitura. Después, se le llenaron los ojos
de lágrimas; pensé que se había echado a llorar, pero creo que los conejos no
lloran, igual el viento hizo que se le humedecieran los ojos en demasía. Me
pidió que lo cogiera en brazos -acabáramos, ¡Joselito odia que lo coja en brazos!-
estaba cagadito de miedo. Es muy consciente de la presa fácil que es.
Había un caminito,
y yo me imaginaba dando un largo paseo con mi conejo, como quien pasea con un
perro al lado. Pero no fue así. Un conejo quiere hacer cosas de conejo. Me llevó
todo el rato por la cuneta, camuflándose entre las hierbas. Luego, por una
pendiente: arriba y abajo por una ladera de pinchos, se me engancha la correa,
se me engancha el anorak en las zarzas. Y otra vez, arriba y abajo. A los
conejos les gusta repetir lo que acaban de descubrir, para asimilarlo, creo.
También quería pasar por debajo de una valla para ir a un campo de rastrojos.
No caminamos ni veinte metros, pero se me llenaron las zapatillas de barro y el
anorak de enganchones. Él se pinchó un pie y salió sangre que acabó restregada en
mi camiseta.
Al final, creo que lo pasó muy bien. Saltaba como un loco y se dio un hartón a comer hierbas. Fue un día lleno de emociones. Debemos repetirlo, la próxima vez elegiré un sitio mejor.
Cuando llegamos a casa se fue a su wc al galope. Se había aguantado todo el tiempo. No sabe que en el campo sí se puede hacer un pipí, y con la bronca que le había caído el día anterior sin hacer nada cualquiera se arriesga.