Joselito a los tres meses. ¡Aún tiene que doblar su tamaño!
Al principio, me preocupaba que a Joselito no le gustara su nueva casa, y el hecho de tener
que separarse de la comunidad de conejos (Les encanta estar en sociedad). Pero poco a poco fui viendo, que aunque no tuviera jardín, ni
estuviera en la costa, aquí estaba mejor. Y lo más importante: Yo no me lo iba
a comer.
Los dos
primeros días los pasó encerrado en el sótano de su jaula. Estaba aterrado.
Al tercer día
se atrevió a salir a la superficie. Pero, aunque tenía la puerta de la jaula
abierta de par en par, tardó casi cinco días en poner un pie fuera. Tímidamente fue conociendo su cuarto.
Aquí ayudando con unas cajas.
En Urrugne
vivía en una de las doce conejeras de 50 x 50 cm a compartir con tres de sus hermanos, y un rato al
día, los sacaban a comer cuatro hierbas al corral. Cuando llegó a casa, parecía que tuviera
movilidad reducida. Hasta le puse un libro -a modo de peldaño- para entrar y salir de la jaula,
pues todo parecía un obstáculo para él. [Poco me sorprendió, ya que, un conejo
doméstico, nada tiene que ver con uno salvaje. Mi difunta Venus, se las veía
y se las deseaba para subir al sofá.] Le tuve que enseñar a subir y bajar
escaleras porque le daban miedo, le parecía que se iba a precipitar al vacío. Y
¡ya las sube de tres en tres!
Ya me quita el ordenador. Cuando cumplió 3 meses es como si hubiera hecho 10 años. Está enganchado al Comecocos. Ya le digo que ese juego es muy viejo, pero le debe recordar a persecuciones y madrigueras.
Qué carnes tiene mi rey.
La cama, el transportín y el arnés, se le han quedado pequeños, casi antes de usarlos. Lo hacen todo para los conejos enanos, y los medianos y los gigantes... que se pudran.
Le planté lavanda para que tuviera donde alternar, pensando que iba a crecer frondosa, pero duró un día. Un sólo día, se comió toda la plantita y no volvió a asomar fuera de la tierra.
Joselito tiene las dos orejas tatuadas. Lo han marcado como si fuera un judío en Auschwitz, qué triste. Primero tenía una especie de betún para que cicatrizara la herida. Ahora lo negro ya se está yendo, y le ha vuelto a salir pelo en la parte posterior de la oreja, pero queda un número para siempre. Salvo en tiendas de animales, todos marcan a los conejos, ya le he dicho lo que pienso a unos cuantos malhechores, si se lo dice más gente, igual un día se dan cuenta de que es feo, además de un sufrimiento innecesario.
Ahora
Joselito está hecho una fiera. Se ha ido entrenando él solo, poniéndose retos
cada vez más difíciles, batiendo records de carreras con obstáculos. Correr y
esconderse. Un día, corrió más que nunca, no sabía si había visto un rayo o un
conejo. Y casi le da un patatús, se le aceleró el corazón y no podía pararlo
(Los conejos tienen el corazón muy débil), me agobié un montón pensando que la
iba a palmar.
Tan rápido es, que la cámara del móvil no retiene su imagen.
Lo malo es,
que está tan ágil que sube de un salto a las mesas, tenga lo que tenga encima.
Y se lo come todo, cables, plástico, telas, madera, papel... Tengo la huella de
sus dientes en cada objeto.
Y su
vitalidad, digo yo que se debe a los largos reposos y siestas que se toma. No
es conejo de medias tintas: O todo, o nada.
Siesta de vuelta y vuelta
Foto de Ni.