El otro día estando en casa huelo a humo. Es muy normal aquí, porque los chinos siempre están haciendo fogatas tremendas en la calle. Es para enviar objetos materiales a los muertos. Lo más común es quemar grandes sumas de dinero de mentiras para sobornar al Banco del Infierno y que no les de muy mala vida a los difuntos. Pero abundan otro tipo de cosas:
Un ordenador o mejor un Iphone
Una mansión
No hay que descuidar la higiene personal en el más allá
Y quizá echen de menos el fast food
Igual dejas un día las ventanas abiertas para que se ventile bien la casa, y cuando vuelves tienes el botafumeiro dentro. Pues nada, me asomo a la ventana, y no veo ninguna hoguera. Entonces pienso, ¿no se estará incendiando el edificio? Porque una vez ya hubo un amago de fuego. Aparcan unas 20 motos todas apiñadas en el portal y algo se prendió y lo apagaron a tiempo.Pues eso, que estoy en casa, huele a humo y se me ocurre abrir la puerta, y allí mismo, veo a la loca de mi vecina, con un incinerador quemando cajas de cartón por no bajarlas a la calle, con una llama de un metro, que con la corriente, se debate entre atacar el ascensor o mi puerta. Y la vieja dice: "Ji, ji, ji". ¿Cómo que ji-ji-ji? Ya me dirá dónde está la gracia. Igual a ella le da igual palmarla en un incendio, pero yo tengo mucha vida por delante.
Después el humo, se me mete en casa.
La planta tiene tres puertas. Y los tres apartamentos son de mi casera. La señora de la hoguera es la suegra de mi casera. Cuatro generaciones, todos juntitos, la perpetuación de un apellido. Supongo que el día que yo me vaya se meterá en mi casa su hijo con su mujer y su nieto. Bueno, vamos por partes que no quiero liarlos. La señora de la hoguera vive con su marido, un abuelo, que hace años me decía adiós sentado en el wáter cada mañana cuando me iba a trabajar. ¿Qué cómo lo veía si él estaba en su casa y yo esperando el ascensor se preguntarán? Pues porque los chinos viven con la puerta de su casa abierta de par en par en invierno y en verano. Ahora creo que ya no se levanta de la cama. Él es mayor que ella.
En la otra puerta vive mi casera, una mujer de unos 60 años, que es maja y lista. Siempre me ha caído bien. Cada vez que tengo un problema me ayuda a la velocidad del rayo, y siempre que me dejo las llaves de casa -lo menos ya cien veces- me abre la puerta, y me riega las plantas cuando me voy de vacaciones (sólo las que le gustan, las que le parecen feas o poca cosa, las deja morirse directamente), y no me sube el alquiler desorbitadamente como hacen otros caseros chinos. Bueno, pues por todo eso, me cae bien. Su marido poco pinta en el tema. "Hola" y "Adiós" es todo lo que me he relacionado con él. Que ya es más que con otros vecinos. En China, cuando se entra al ascensor o te cruzas a alguien en el portal, nunca se saluda. Les parece muy raro. En Tailandia les parece aún más extraño. Se piensan que quieres hacer amigos o que te pasa algo raro.
Hasta aquí, todo bien. Esta señora tiene un hijo de unos 40 años, un chino feo y majo. Se trajo a su casa a una china de provincias. Y convivieron todos allí con los padres. Después de un tiempo se casaron e ipso facto tuvieron el hijo. Supongo que la edad apremiaba.
Nació su hijo y mi paz se acabó. Mis vecinos, en realidad, donde más viven, no es en su casa, ni en casa de los abuelos. Donde más vida hacen es enfrente de la puerta de mi casa. Justo allí mismo, en ese metro cuadrado entre el ascensor y la puerta de mi casa es su centro preferido de encuentro y actividades.
El niño se levanta temprano el fin de semana, y entre las 7.15 y las 7.30 de la mañana se pone el sábado a dar gritos en la puerta de mi casa. No en su casa, ni en la casa de los abuelos, ni en la calle... en la puerta de mi casa. Siempre me despierta de un reparador sueño, e imagino fugazmente al niño con un machete de cocina que le abre la cabeza en dos como si fuera una sandía. Entonces, todos salen al encuentro, los abuelos, los bisabuelos, la madre de provincias, y empiezan a comunicarse como si estuvieran todos sordos, a grito pelao y durante más de media hora.
Por otro lado, las clases de inglés en China con profesores extranjeros, son caras. Entonces, hay muchos chinos que cuando ven a un extranjero lo exprimen al máximo.
La madre de provincias le ha enseñado a su hijo a decir: "Hello". Y el niño lo repite como un loro cada vez que me ve. Pero con una agresividad por parte de los dos inusitada. Ejemplo: Llaman a la puerta. Es el repartidor del agua. Cojo la garrafa, pago. Entonces, veo detrás del hombro del repartidor la cabeza de la madre del niño diciendo: "Hello, hello, hello..." sin parar, y a su hijo, un tanto de lo mismo. Sólo que, como es pequeño, se cuela entre las piernas del repartidor del agua y ya lo tengo dentro de mi casa. Así cada vez que abro la puerta. Diosssss, qué nerviosa me ponen.
Otros vecinos hacen lo mismo. Me levanto a la velocidad del rayo para ir a trabajar. Mi tiempo record está en 15 minutos: ducharme, ponerme crema en la cara, lavarme los dientes, vestirme, meter el ordenador en la mochila. Peinarme y maquillarme en el colegio. Entonces, imagínense las ganas que tengo de hablar recién levantada en el ascensor. Vecina con niña pequeña. Las dos al unísono: "Hello, hello, hello, hello...", "How are you? How are you? How are you?..." (Léase con un acento chino que casi no se aprecie que es inglés) Y así cada día que me los encuentro en el ascensor desde hace años.
Bueno, no nos desviemos del tema: Mis vecinos y su retoño. Resulta que cuando mi vecina me ha regado las plantas y le ha cambiado el agua a Apolonio, se ha traído a su nieto. Comprensible, a los niños les gustan los animalitos. Aunque la última vez le destrozaron la casa –sótano con escaleras de arquitectura contemporánea super molón que le hice para que estuviera fresquito en verano- intentando darle captura y Apolonio durmió a la intemperie el resto de los días hasta que regresé de vacaciones.
Pues eso, el niño ahora grita: “¡Ana!” (mi nuevo nombre, Yolanda es demasiado difícil), y “¡Momo!” (hámster en chino) en la puerta de mi casa. Y esto lo hace porque su madre se lo permite. Y me imagino que les encantaría que cuando llego a casa, en vez de disfrutar de la paz de mi hogar, me pusiera a jugar con su hijo, y a volver loco a Apolonio, y a enseñarle inglés gratis. Pues por ahí van las fantasías de los padres chinos…
Les deseo unas felices fiestas. Hasta pronto.