¡Tolón,
tolón! ¡Tolón, tolón! ¡Milagro! Este mes empecé a ir al gimnasio de nuevo. Lo
decidí en Septiembre del año pasado, y un impedimento tras otro me hicieron
posponerlo hasta abril. Por los clavos de Cristo que no me gusta el ejercicio, pero
me estaban chirriando las articulaciones.
En
mi barrio no hay de casi nada. El gimnasio antiguo no quiero ni verlo. Es muy
baratito, pero si tiene capacidad para x personas, son socios 6x. Hay que hacer
cola para usar una máquina, hay media hora de cola para poder ducharse, en la
clase de yoga hay siempre unas 50 personas. Estiras un brazo y le das un
manotazo a alguien. Pero eso no es lo peor, todas las señoras que van a clase
de yoga son unas verduleras, y antes de que empiece la clase han gritado tanto,
que estoy atacadita de los nervios. Y como no saben lo que es hot yoga, -o mejor dicho, no quieren
gastarse una fortuna en las instalaciones- enchufan la calefacción a tope aunque
sea agosto, y me mareo, y huele a pies, y a rollito de primavera, hay demasiada
humanidad por metro cuadrado, en una palabra.
El
gimnasio nuevo está en un edificio muy grande y bonito, de techos muy altos, especializado
en yoga, pero sólo hay dos clases pequeñas. Un patio, otro patio, una terraza,
dos recibidores, dos cuartos con taquillas unisex, un solo baño, una sola ducha
que no funciona… O bien el edificio no fue concebido para ser un gimnasio o el arquitecto se había tomado unas copas cuando planeó la distribución del espacio. Lo de un gimnasio sin duchas, sólo se le puede ocurrir a un
chino, como lo de un restaurante sin wáter o lavabo. Y una tienda enorme que
vende ropa de yoga, esa ropa de yoga es tan, tan pequeña que parece ropa de
niña, la talla más grande debe ser una 36. Toda esa ropa tiene en común, a
parte del tamaño, que todas las camisetas se acaban donde se acaban las tetas,
que normalmente sólo tiene tirante un hombro, que venden chaquetas (¿chaquetas
para hacer yoga?) pero todas se acaban donde terminan las tetas. Vamos, que no
hay opción alguna a llevar el estómago tapado. Mi gimnasio, aunque es bonito,
no tiene casi socios, es un gimnasio fantasma. Empecé a descubrir el por qué,
el primer día de clase, cuando intenté ducharme y me dijeron: “No, dúchate en
tu casa”. Para ir a clase, hay que pedir hora, la clase grande, tiene capacidad
para 8 alumnos, y la pequeña para 6. Llamo para pedir hora, pero, está llena y
no puedo ir; o por el contrario, sólo quiero ir yo a esa hora, y si hay una
sola persona se cancela la clase. Cada vez que hay vacaciones, cuando yo puedo
ir, cierra el gimnasio. Empiezo a comprender por qué no hay nadie allí. Sólo
espero poder gastar las clases que he comprado en el tiempo determinado, porque
estoy viendo que se tienen que conjugar todos los astros para poder hacer un
poco de ejercicio.
Pero
es genial ir a clase con sólo 2 ó 3 personas. El profesor te puede corregir las
poses, y la gente que va allí no grita como en el otro gimnasio, son normales.
Una china, dada su natural fisonomía, si hace mucho yoga se puede convertir en
un hombre en menos de un año, sin necesidad de cirugía. La clase que nunca se
cancela es la del miércoles por la noche, porque el profesor tiene un cuerpo
impresionante, algo que casi no se ve en las revistas (sobre todo en las que
venden en este país), no es guapo, pero a todas se nos cae la baba. A ese chico
no le va a faltar trabajo.
El
otro día, sin saberlo me metí en una clase que no era de mi nivel, bajo un
nombre incorrecto: Basic Ashtanga.
Digo incorrecto, porque eso era cualquier cosa menos “básico”. En realidad, es
la clase de yoga de nivel más avanzado a la que jamás he asistido o visionado.
La profesora era la que se ha convertido en un hombre a través de la práctica intensa
del yoga. Comenzó la clase, y aquello parecía aerobic. Hicieron el saludo al
sol a la velocidad del rayo, normalmente es lento o normal. Volaban sobre la
esterilla. Parecían karatecas en vez de inofensivas practicantes de yoga. Y eso
sólo era el calentamiento, empezaron a pasarse las piernas detrás del cuello, y
a dar saltos, a sostener todo el peso del cuerpo sobre un brazo, luego, sólo
sobre la cabeza… Uy, uy… y duraba hora y media el harakiri. Acabé molida y sin
poder hacer la mitad de los ejercicios. No hacía un esfuerzo físico tan grande
desde el día que escalé un volcán. Llegué a casa endemoniada. Tiré por ahí la
bicicleta y se me olvidó ponerle el candado. Fui a cortar una cata de sandía, y
me corté un dedo. Me metí en la cama para ver si se recomponían los trozos del
cuerpo. Y aunque había sido una clase matinal y había dormido bien, caí en un
sueño profundo durante 6 horas seguidas. Esa profesora no me vuelve a ver las
coletas, le tengo más miedo que al Diablo.
Nunca he
sabido la diferencia entre los tipos de yoga. Así que hoy lo he buscado al
fin. He de decir, que todo depende del profesor, y que todo se mezcla, y es más
importante saber quién da la clase, que el título que le han puesto, pero por
si sirve de algo:
-Hatha yoga:
el objetivo es la meditación. Se trata de mantener la pose.
-Ashtanga (creo
que también lo llaman energy o power yoga): vigoroso ejercicio, mucho movimiento.
-Flow yoga o vinyasa flow yoga:
(muchos tipos de yoga pueden ser flow):
se refiere al movimiento fluido entre una pose y otra, como si fuera “un baile”,
en el que respiración y movimiento están sincronizados.
-Hot yoga o bikram:
en una habitación aclimatada con calor y humedad, como una sauna, pero menos
calor.
-Anusara:
una versión americana del Hatha yoga.
-Yin yoga:
es lento, con poses muy largas. Basado más en el ejercicio de articulaciones,
huesos y “otras cosas” que músculos.
-Kundalini yoga: es el místico, lo que no ofrecen los gimnasios. Para meditación y
armonizar los chakras.