Sunday, September 29, 2013

La excursión


Antes, como muchas otras personas, pensaba que Japón molaba más que China, que había más cosas chulis, que era una cultura más refinada… ya sabéis los tópicos, no los voy a repetir todos. Y que un día, desde China podía dar el salto a Japón o a Corea. Pero cuanto más los conozco –trabajo con ellos- menos claro tengo que Japón sea mejor lugar que China. Y vamos, trabajar allí tiene que ser el mismito Infierno. Tienen una idea de la perfección que no deja espacio para lo humano y se convierte en fuente de infelicidad.

Nos vamos de excursión a ver arte contemporáneo chino. Tengo un carro de niños, así que, tres madres, dos de ellas japonesas, muy amablemente se ofrecen a acompañarnos.

A las 11.50 en la puerta del colegio, con la intención de salir a las 12. El autobús no llega. ¿Dónde está el autobús? Llamo a la china encargada de coordinar los autobuses: “Ay, uy, ay, pronto…”. Esperamos veinte minutos, esto no mola, pero estas cosas pasan. Las madres japonesas se ponen echas un basilisco. Yo entiendo que no está bien, pero bueno, cálmense señoras, el fin del mundo no ha llegado todavía. Que si esto en Japón jamás sucedería, pero bueno, es que, estamos en China: otro país, todo un poco diferente. Llegan los autobuses y salimos con veinte minutos de retraso, pero salimos. Cuando ya llevamos un rato en la carretera me llama la traductora japonesa, un niño no se ha enterado de la hora a la que salíamos y se ha quedado en tierra, que si podemos volver a buscarlo. Pues no podemos, no, porque entonces ya no hay excursión y nos quedamos todos en el colegio. Crispación de la traductora, defensora a tope de los japoneses, como si fuera yo el problema de que el niño se quede sin excursión (Se lo repetí cada día durante dos semanas, lo escribí en la pizarra, les di un papel con la información, puse un cartel en la puerta de la clase…).

Llegamos al museo. La madre japonesa más enfadada me da mucho carrete, que si esto que si lo otro, que a ver si voy a su casa a tomar el té durante las vacaciones. Me pilla así por banda, y no sé decir que no, me está haciendo un favor, le he dado clase a su hijo cuatro años y me llevo muy bien con él. Pues ala, ya está liada la cosa.

Al final está todo el mundo en la cafetería, una exposición que se tarda en ver dos horas- un resumen de los últimos 30 años del arte contemporáneo chino- se la han ventilado en 45 minutos. En 45 minutos no da tiempo ni a recorrer todo el espacio expositivo a pie sin mirar las obras. A casi nadie le interesa el arte contemporáneo; pues bien, tomemos café; el café es también algo bueno.

Dos camareros tardan en hacer seis cafés veinte minutos. Esto es muy normal en China. No me digáis qué hacen detrás de la barra, pero deben hacer algo diferente de los camareros españoles porque no les cunde el tiempo. Parece que hagan magia potagia. Ay, la madre japonesa se los va a comer, qué tontos son los chinos, qué mal lo hacen todo… donde esté Japón… Le pregunto cuánto tiempo lleva en China: ¡arrea! ¡15 años!

Bueno, ya se ha acabado la excursión, vámonos. Cuando estamos llegando al colegio, en vez de coger la salida de la autovía de Hongxu rd., que es la que toca, sigue y se va hasta la de Hongqiao airport, que es un rodeo flipante. La madre japonesa se levanta y le informa al conductor de su error, ella habla bastante bien chino. El conductor pasa de ella totalmente. No es la primera vez que los conductores toman un camino más largo. Una vez les pregunté, y me dijeron que ese era mejor camino porque había menos tráfico. Pero el día de la excursión no había tráfico y simplemente, podíamos haber llegado quince minutos antes por el camino lógico. Pero yo no estoy todos los días conduciendo los autobuses del colegio, esta no es mi ciudad y ni siquiera tengo carnet de conducir. Es demasiado arrogante levantarse y decirles cómo tienen que hacer su trabajo, creo yo.

Cuando llego a casa tengo dos mails:

-Un mail muy cordial de la madre japonesa que me dice lo bien que lo ha pasado (quien lo diría) y me da su dirección para que vaya a tomar el té a su casa.

-Un mail infernal de la traductora japonesa, que se dirige, no sólo a mí, sino CC: la directora del colegio, el dueño financiero del colegio y la china que coordina los autobuses. Simplemente traduce la llamada de teléfono que ha recibido de la madre japonesa (la misma que quiere ser mi amiga). En este mail, cuyo título es: “La excursión de arte ha sido un problema”; me pone de vuelta perejil: que si mala organización, que si que no llegara el autobús debía haber sido culpa mía (cuando no tengo nada que ver) y no tomé ninguna medida para solucionarlo, que si qué fatal todo, y qué maleducado el conductor del autobús y esto y lo otro… Y que si había que descubrir al culpable del retraso del autobús y cortarle la cabeza…

Si quería hacer amigas, ha dado en el clavo, así es justo como no se hace. Aquí en China, en mi colegio, por toser te echan. Los profesores duran menos que el canto del gallo, y va la tía esta y manda semejante mail lleno de críticas cuando no ha habido ningún problema en la excursión. Va ir su tía a tomar el té a su casa.

Al día siguiente, tengo clase con su hijo. Con el que siempre me he llevado tan bien. Bueno, pues casi no me dirige la palabra, ni cuando le pregunto, y me mira como si fuera Satanás. Apuesto lo que sea a que su madre le ha lavado el cerebro en casa.

Algunas alumnas me dicen que pasaron miedo, que ¡el arte contemporáneo les da miedo! Y que la exposición era inapropiada para su edad (la que lo dice tiene 16 años). ¡El arte contemporáneo es inapropiado! Y no se piensen que había nada cochino, porque esto es China, y de eso se encargan los censores. Pero siempre hay alguna pintura o escultura en la que se ve algún desnudo. Vamos, que esta es la última excursión que hago este año y ¡que les den morcilla a todos!

Wednesday, September 25, 2013

El almohadón


Este verano cuando estuve en Bayona me topé con un mercadillo de cosas de segunda mano. Allí vi dos estupendos almohadones, de los de antes, de los de abuelo. “¡Qué algodón tan gordo y tan bueno!” me dije. Aunque eran muy blancos y lustrosos, uno tenía una mancha fea. La vendedora me dijo: “A esto le pones una gota de lejía, lo frotas con jabón de Marsella y chin pun, desaparece”. Así hice cuando llegué a Logroño; la mancha desapareció. Contenta los metí en la maleta a China. En Ikea no encontré relleno del tamaño exacto porque eran almohadones de los de antes, no tenían una medida estándar. Los planché. Miré mi cama con los nuevos almohadones con satisfacción: qué buena compra había hecho.

Entonces, los estrené. Apoyé mi cara sobre el buen algodón bien planchado, y: mal rollito. Empecé a pensar. Esos almohadones, de los de antes, tenían que haber salido de la casa de unos abuelos. Y, ¿cómo había sucedido? Obviamente, porque la habían palmado. Si no, de qué se iban a deshacer de unos almohadones tan buenos. Y esa manchita fea… ¿Cómo se mancha un almohadón? Terror, lo vi claro: ¡era la baba de la muerte! Sí, un abuelo la había palmado en ese almohadón en el que ahora yo reposaba mi cara. Se habían deshecho de las sábanas porque nadie quiere guardar la ropa de cama donde ha fallecido alguien. Habían llamado a los que vacían pisos y les habían regalado los almohadones que luego yo había comprado en el mercadillo. ¡Arrea!

No pude y no he podido quitarme la idea de la cabeza. Los almohadones aún me gustaban, estaban muy bien lavados. Pero, mi cara no era la única que reposaba allí, en otro espacio-tiempo había alguien más. El supuesto abuelo que había fallecido estaba también allí, ahora compartíamos almohadón. Cada día tomaba más y más forma, hasta que era un hombre largo y estrecho, tenía la cabeza apepinada, apenas tenía cabello y manchas en la piel. Giraba su cabecita, que interseccionaba con la mía en la almohada, y caía la baba de la muerte.

Pues oigan, no ha habido noche que no haya pensado algún momento en ese abuelo. Eché a lavar los almohadones y los metí en el armario. No me apetece volver a usarlos.

Sunday, September 22, 2013

Din Tai Fung

Qué rico está todo en Din Tai Fung.

Cuando voy a España, siempre tengo la impresión que no se sabe qué hacer con el pepino, que es un elemento en discordia: ¿lo echo o no lo echo a la ensalada? Pero qué bien lo preparan siempre en China. Me gusta hasta cuando lo echan a la sartén con huevo.
Las judías verdes las he odiado toda mi infancia: Cocidas, con patata. Eso era un castigo del Señor. En La Rioja se cuecen las verduras hasta la desintegración. Quién me hubiera dicho entonces que un día me iban a encantar, no me lo hubiera creído.
Los xiaolongbao de cangrejo y cerdo son un delirio. En serio.
Esto también es una pasada, era un caldo gelatinoso con arroz, clara de huevo, bayas goji y vino de arroz. Las bolas, de arroz glutinoso, rellenas de pasta de sésamo negro.